«Parece mentira que hayan pasado cincuenta años ya...», asevera Trobat, quien al igual que el anterior «nunca habíamos jugado al hockey sobre patines. El único que sabía era Guillem (Obrador)», integrante de una saga imprescindible en el devenir del club con sede en Can Vinagre. Allí sigue Mateu Martorell, fundador y presidente del Espanya. «Sin él, nada de esto sería posible», espeta Obrador, todavía ligado estrechamente a la entidad. «Siempre nos ayudó, gente como él es la que hace grandes los valores del deporte y la que te queda para siempre en el recuerdo», añade Pep Jover, a quien señalan como «el primer fichaje de la historia del club», junto a Sánchez.
«Si no fuera por Mateu (Martorell), no existiría el club. Nos traía patines, sticks, todo el material», remarca Jover, al mismo tiempo que los técnicos de la cantera secan la pista para que entrenen los más pequeños y surge el eterno debate: «Al club le falta una sede, un pabellón», lamenta Obrador, quien sabe bien lo que es montar y desmontar la pista del equipo de Liga Élite. «Somos una familia, siempre ha sido una gran familia. Y eso es lo que nos hace diferentes», explica, a la vez que sus compañeros asienten.
El ambiente en la plaza Berenguer de Palou a inicios de la década de los 70 del siglo pasado era el habitual en los barrios, haciendo «vida en la calle». Ahí se conocieron y ahí surgió la chispa. Miquel Esteva -primer presidente- y Mateu nos vieron jugar y nos juntaron para hacer un equipo. Le pusieron el nombre del bar (España) y ahí comenzó todo... Y 50 años después, aquí sigue, gracias a su entusiasmo», destacan.
La complejidad del material les llevó a fabricar la equipación del portero con rodilleras de futbolistas y otros materiales, como colchonetas o guías telefónicas. «Íbamos a Kenia o Deportes Reus cuando se rompían los sticks... Era una aventura. No había las facilidades de hoy en día», comentan Serra y Obrador, a la vez que Trobat bromea diciendo que «los jugadores de ahora parecen astronautas».
Recuerdan a rivales como Montesión, San Francisco o el Oasis, y las pocas pistas que había por entonces en Ciutat, como las de San Fernando o Pío XII. «Nos dábamos buenos golpes en los partidos, pero luego éramos amigos», admiten Jover y Obrador. «Cuando íbamos a la Península (Campeonato de España Juvenil) nos daban bien... Eran muy superiores. Pero lo pasábamos bien», apostillan los pioneros del Espanya Hoquei Club, aquellos mismos que abrieron el camino.
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