Imagen de Jon Rahm posando con el trofeo y la chaqueta verde que le acreditan como campeón del Masters de Augusta. | MIKE BLAKE

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Cuenta Rafael Nadal en el libro 'Mi historia', de John Carlin, que dedica una buena parte a la madre de todos los partidos de tenis como fue la final de Wimbledon de 2008, que en el cuarto set, con dos parciales a uno a su favor y con bola de partido se permitió el lujo de pensar en la victoria cuando ejecutó un passing estratosférico con su derecha que le ponía a un tanto en el tie break del cuarto set (8-7) de cumplir su mayor sueño.

El ‘manacorí’ jugó el punto como tocaba, pero Federer conectó otro passing, éste de revés, igualó a 8 y acabó venciendo el set, pero no, por fortuna, el quinto set y Nadal lograba su primer Wimbledon. El domingo, Jon Rahm, poco después de conquistar el Masters de Augusta, recordó ese pasaje del libro y reconoció que en algún breve instante de la vuelta final ya se vio como ganador antes de embocar el último putt en el hoyo 18. Con una sólida ventaja fue cuando se acordó de ese pasaje y explicó que le ayudó a mantener la concentración en las más de cuatro horas de recorrido y centrarse sólo en el momento.

No son pocos los deportistas, españoles y extranjeros, que tras una victoria mencionan al tenista mallorquín, ejemplo de superación, lucha y entrega en los momentos más difíciles. Pero a estos elementos se une el que quizás es el más importante y sin los que el resto no tendrían tanto significado como es la pasión. Pasión hasta niveles difícilmente entendibles para el común de los mortales es lo que sienten tanto Nadal como Rahm por sus respectivos deportes.

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Pasión como la que empezó a sentir por ese deporte Jon Rahm cuando a los siete años sus padres daban clases de golf y se llevaban al pequeño Jon con ellos. Inquieto a más no poder, probó este deporte que en principio no es el más indicado para un niño revoltoso por lo frustrante que es y por las ingentes dotes de paciencia que se necesitan para empezar a dominar uno de los deportes más complicados que existen y cuya, en teoría, poca presencia atlética de muchos de sus practicantes, aunque sean los mejores del mundo, provoca burlas de los que no entienden las particularidades de este deporte, donde la mente juega un papel más importante que el físico, aunque muchos de ellos sean también súper atletas, incluido Rahm y su barriga.

Sólo él sabe las horas que ha pasado ensayando todos los golpes inimaginables de golf y lo que ha sufrido sobre todo al principio de su estancia en la Universidad de Arizona, la misma de donde procede Phil Mickelson, segundo en el torneo a sus 52 años.

Pero no todo ha sido golf para lograr el éxito. El gimnasio ha sido otro lugar donde se ha machacado para tener esa explosividad en el swing y fuera del campo y el gimnasio, la meditación ha sido o es la tercera pata de su éxito. «Intento irme a dormir entre las 21:00 y las 21:30 horas y despertarme antes de las 6:00. Voy probando para dormir mejor. Me levanto, enciendo la cafetera y me pongo a escribir. Luego medito. Y por las noches otro rato de meditación, me pongo unas gafas que bloquean cierta luz y luego me meto a dormir. Al final es intentar crear una normalidad para cuando estés en el torneo, lo puedas hacer también. Por ejemplo, que si tienes opciones de ganar el Masters un domingo, y estás con nervios o ansiedad, tu cerebro entienda que es hora de dormir». Eso lo contaba a su amigo Adrià Arnaus en una videoconferencia durante la Covid. Todo un presagio de lo sucedido el domingo.
Que se sepa, Rafael Nadal nunca ha practicado la meditación (algo que sí hace Djokovic), pero tampoco los genios se tienen que parecer en todo. Si no, parecerían robots, y un robot no tiene pasión.