Los ciclistas, al pie de la Bola del Puig Major. | F.F.

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Un mes después, la montaña nos volvía a reclamar. No todos los días se puede escalar hasta el techo de Mallorca, alcanzar los 1.400 y pico metros de la Bola del Puig Major. Un escenario icónico que los ciclistas sueñan con hollar al menos una vez en la vida. O más. Porque casi se ha convertido en una tradición anual que cada vez atrae incluso a gente de otros países, muchos de ellos habituales que no dejan pasar la oportunidad de traspasar esa verja que separa la Ma-10 de los siete kilómetros menos conocidos, para muchos, de la red viaria.

Esa distancia es la que propone Kill the Hill como guinda a un entretenido recorrido desde la Playa de Muro. Una semana después de la Mallorca 312, el hotel Viva Blue se convierte en cuartel general y puntode reunión de los 300 ciclistas que respondieron de inmediato a la llamada de Kumulus para firmar un 'Sold out' inmediato. Todo, gracias a la predisposición de los responsables del acuartelamiento EVA-7, que han encontrado en este tipo de eventos una vía para acercar a la ciudadanía al Ejército del Aire, una pieza inseparable ya de ese rincón de la Serra de Tramuntana.

El autor, ascendiendo las rampas del Puig Major. Foto: Rafa Babot

Armados con el casco oficial, a ritmo y con varios lugares de concentración, el último al pie de la Bola, la ansiedad puede a muchos minutos antes de iniciar el momento más esperado. Poco más de media hora a 'full', sin descanso ni pausa, con el punto de mira puesto en la cima. El alboroto de los avituallamientos o del recorrido se convierten en silencio. Apenas se escuchan las cadencias, algunos gemidos, respiraciones profundas... Esa velocidad mínima te permite reparar en las nacionalidades de los participantes, reflejadas en las etiquetas pegadas al casco oficial (Abus) con su bandera y el nombre. Británicos y alemanes se llevan la palma. Suizos, noruegos, franceses, muchos españoles... hasta una participante turca.

El autor, en la cima del Puig Major al completar la Kill the Hill.

Con las piernas calientes, si conoces la subida sabes que hay que guardar algo para el final, a expensas del viento que pueda soplar rebasada la cota 1.300. La confianza del tramo inicial, el de menor porcentaje y más llevadero, puede ser una trampa peligrosa. Al final de esos 700 metros de apeeritivo, una curva de izquierdas te muestra lo que te espera. Una cadena de largas rectas cuya pendiente crece progresivamente hasta instalarse en una media del 9 % para, en algunas curvas, pasar del 13 y llegar al límite del 16 %.

Coger ritmo, evitar los baches y dejar pasar a los más rápidos, manteniendo un difícil equilibrio cuando la media de velocidad se mueve entre los 8 y los 9 kilómetros por hora eleva el grado de concentración, asumiendo que esos primeros kilómetros son tan duros como agradables para la vista. Mirando al frente, únicamente ves asfalto, pendiente y bicicletas. Mirando hacia el lado, unas vistas únicas que se van alimentando de belleza a medida que ganas altitud.

Superado el interminable zig-zag, la mirada se pega a la meta, a la Bola que cada vez resulta más grande y aparente. Buscar una rueda amiga, aprovechar las ráfagas de viento y guardarte una última marcha de seguridad por lo que pueda pasar ayuda a avanzar una vez superado lo peor, en especial el giro de derechas más criminal, donde buscar el exterior alivia ese 16 % que, con los kilómetros acumulados, pica un poco más.

Un helado de vainilla para celebrar la ascensión.

Sopla el viento, nada nuevo, al mismo pie de la Bola. Ahí donde las vistas son dobles pues si a la derecha asoma Mallorca en toda su inmensidad, a tu izquierda la costa norte de la Isla se presenta en su versión más espectacular, dejando ver la carretera de Cala Tuent, el Morro de Sa Vaca y, a lo lejos, el Port de Sóller. El ancho tramo que rodea el pico final se hace eterno antes de embocar la recta final, rodando ya al pie de la Bola y con un último giro de izquierdas de regalo para llegar al techo de la Isla. A algunos les quedan fuerzas para tocar la campana; la mayoría busca refugio tras el edificio militar por el fresco aire que sopla y una merecida merienda. O una foto con Joaquim 'Purito'' Rodríguez, dorsal 1 de la Kill the Hill un año más y un helado para celebrar que se ha conseguido el reto.

Ahora, el descenso es el tema de conversación, mientras todos van comparando tiempos (servidor, 7 minutos por debajo de hace un mes). De nuevo siete kilómetros, ahora cuesta abajo, a toda velocidad y con largas rectas que invitan a coger altas velocidades y poner a prueba tu pericia bajando. Las últimas fotos panorámicas, selfis y demás recuerdos de un día especial paran a muchos en la cuneta. No hay prisa, ahora la prueba viajará neutralizada de nuevo hasta Playa de Muro. Bajo un sol casi estival más que primaveral y con muchas caras de satisfacción y comentarios de la subida que se suceden en la breve parada par recargar en Lluc. Desde ahí, cuesta abajo y, quién sabe, si hasta el año que viene. Más de uno o una repetirán.