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De un tiempo a esta parte, el Mallorca se ha acostumbrado a vivir entre polvo, chatarra y ruido de alarmas. Y no solo en la parcela institucional, donde parece sufrir una enfermedad crónica que se acentúa con el paso de las temporadas. A ras de hierba y con el balón de por medio, el conjunto bermellón tampoco consigue controlar la respiración y el ritmo cardíaco, con todo lo que eso supone. Aquejado por una serie de dolencias muy focalizadas para las que aún no ha encontrado anticuerpos, el equipo se hunde jornada a jornada, paso a paso. Especialmente desde que rebasó la línea que parte en dos el campeonato, que ahora marca también el inicio de la fase más compleja de su depresión. Porque de momento ha perdido la referencia visual de los puestos de ascenso directo y apenas contempla ya la carretera hacia el playoff, más por el atasco que tapona la vía (hay hasta ocho equipos entre su alojamiento en la tabla y el sexto puesto) que por la distancia que le separa de la misma (5 puntos).

Oscuridad

El Mallorca atraviesa ya el tramo peor pavimentado de su trayecto y las siete jornadas que encadena sin ganar empiezan a pasarle factura. Nunca ha llegado a recuperarse del todo de su pésimo despertar, pero sí había desinfectado las heridas más graves y su rehabilitación, aunque lenta, cobraba sentido por momentos. No obstante, todo se fue al traste después de ganarle al Sabadell en un partido que, curiosamente, coincidía con su victoria más abultada y con su actuación más redonda, la que debía reafirmar su crecimiento. Por entonces, venía de archivar la primera vuelta un peldaño por encima del ecuador, tenía la segunda plaza de la liga a un encuentro y acariciaba la sexta, alejada a un único punto. Sin embargo, todo el crédito que guardaba en el bolsillo en aquel momento se ha ido escapando por uno de los múltiples agujeros que tiene en el pantalón. En siete partidos ha descendido cinco posiciones en la clasificación, ha quemado casi todas sus posibilidades de ascenso directo y si bien no mantiene opciones de llegar a las eliminatorias en las que se subastará el último billete hacia Primera, ocupa el último lugar en la fila de candidatos. Con todo, lo más preocupante es la presión que empieza a notar desde las cloacas del torneo. Porque el agujero hacia la Segunda División B está mucho más próximo que la escalera de vuelta al cielo.

Mientras asiste a su propia degradación, el equipo se niega a aceptar el fracaso. Por lo menos en la sala de prensa, ya que entre los límites del terreno de juego sus respuestas son las mismas de siempre: fragilidad en defensa, espesura en el centro del campo y soledad en ataque. No obstante, los responsables deportivos del club esperan que la bala del cambio de técnico, agotada hace tres jornadas en medio del enésimo tiroteo que se producía junto al palco, se traduzca en algún tipo de mejora a corto plazo.

Hasta ahora Lluís Carreras todavía no ha podido pasar la lija por unos números llenos de óxido (dos partidos, un punto). Aun así, la frescura de su mensaje permanece intacta y no se ha contaminado por la decepción del entorno. De hecho, adquirió volumen a su paso por la La Romareda, donde el Mallorca capturó un botín que a principio de temporada hubiera sido valioso, pero que ahora, en plena caída libre, resulta insignificante. Para el entrenador catalán, en cambio, se trata de un punto de inflexión. El envoltorio del partido y la forma en la que se sumó (Miño detenía un penalti a a Luis García a dos minutos del final) avalan su teoría, pero serán los próximos compromisos los que determinen si el equipo continúa en la pelea por recuperar su rango o por mantenerse a flote.