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Cuando eres un recién llegado, lo primero que debes hacer (pienso yo) es hablar con los lugareños. Interesarse por ellos. Conocer la historia por pequeña o grande que sea. Los entresijos del club. Rodearte de gente que conoce ese lugar y esa entidad antes de que tú dieras las primeras patadas al balón en Saint-Imier. De personas que han mamado el mallorquinismo. O incluso que han nacido en las entrañas del Lluís Sitjar. Que no cenan cuando su Mallorqueta pierde. Y que son las personas más felices del mundo cuando este equipo gana.

Pero Maheta Molango hizo todo lo contrario. Entró en el club como un elefante en una cacharrería, autoproclamándose el Refundador del mallorquinismo. Apartó a los fieles como el que retira la mesa después de comer; convirtió la entidad en un búnker; elevó a la categoría de éxito jugar en escenarios como Zaragoza o Las Palmas -un club finalista de una Recopa de Europa...- y alzó los brazos como si hubiera ganado la Champions en Zorrilla al son de tú sí que vales, Maheta tú sí que vales -esto no es culpa suya- para festejar la permanencia en Segunda cuando unos meses antes había hablado de ir a Anfield.

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Es posible que el Mallorca, con Maheta a los mandos, haya aumentado el número de seguidores en Twitter o de aficionados al futbolín, pero no es menos cierto que su figura generaba desidia entre la hinchada. Maheta no podía ver a los aficionados y los aficionados no podían verle a él. El rechazo era mútuo. Salir de Anduva por la puerta de atrás en lugar de dar la cara y, justo un año después, acaparar plano en el póster del ascenso, es una actitud que tampoco sentó bien a un sector notable de la hinchada. En su primeras imágenes aparece botando en el palco como el ultra más radical... y hace unos meses dejó morir a la Federació de Penyes sin mover ni un dedo.

Tampoco hace falta ser muy listo para saber que MM no conectaba con la afición. Su destitución se celebró como un ascenso o una salvación anticipada. Una corriente de euforia recorrió las redes nada más conocerse la noticia. A Maheta no lo ha despedido Sarver. Ni Kohlberg. Ni mucho menos Moreno. Se ha echado él solito. Con lo fácil que es hablar con la gente...