El Mallorca es uno de los que en breve empezarán a combatir con fuego real. En las próximas semanas jugará sus tres primeros partidos de Liga –Athletic, Betis y Rayo Vallecano– y, mientras lo hace, los responsables del área deportiva deberán acabar de definir un plantel que, pese a contar ya con una base sobre la que recostarse, necesita más calidad y espesor, además de movimientos de doble sentido. Hay varias posiciones escasas en recambios y un puñado de jugadores a los que buscarle acomodo fuera del vestuario. Una misión compleja y con fecha de caducidad: el día 31. Con el cambio de mes se cerrarán las inscripciones para todas las plantillas de LaLiga y no habrá vuelta atrás hasta enero.
Mientras la dirección de fútbol acelera, el equipo se meterá en el océano de la Liga en solo diez días con la obligación de empezar a llenar la despensa. Aunque agosto no ha sido nunca un mes determinante, sí puede alterar el rumbo programado. Aquí se puede recoger material suficiente como para montar un refugio seguro –la temporada pasada el Mallorca sumó de salida siete puntos de nueve que le sirvieron de colchón mucho tiempo– y ajustar una ruta para esquivar socavones. Como el que sorprendió la temporada pasada al Levante, sin ir más lejos, que fue incapaz de curarse durante el resto del año de las heridas que sufrió en ese tramo.
En esa dirección, el Mallorca parece que tiene el manual de Javier Aguirre bien interiorizado. O eso es lo que ha trasmitido en los amistosos de pretemporada, en los que se ha comportado como un bloque macizo. De todas formas, lo que se encontrará en San Mamés el día 15 tendrá poco o nada que ver con los ensayos estivales.
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