El equipo de Aguirre debía ganar en Anoeta para clasificarse para la cuarta final de Copa de su historia. No había lugar para contemporizar ni especulaciones. Aguirre, siempre conservador, destiló valentía y, además de alinear a dos delanteros -Larín y Prats- presionó casi siempre la salida de balón de rival. La Real Sociedad dominaba, pero el Mallorca no pasaba por grandes apuros, al tiempo que intentaba inquietar a Remiro. El primer tiempo finalizó con un gran susto, puesto que una mano de Raíllo fue sancionada con penalti. Brais Méndez fue el encargado de ejecutar la pena máxima, pero Greif atajó el esférico para prolongar la vida y la ilusión.
La segunda mitad comenzó con dominio total de la Real, pero un centro de Jaume Costa fue aprovechado por Gio que, de cabeza, puso en ventaja al equipo de Aguirre. Enloquecieron los mallorquinistas, pero el sufrimiento se intensificó. La Real acaparaba el esférico y el Mallorca se hundía en las inmediaciones de su propia área. Los donostiarras, de tanto atacar, consiguieron empatar cuando faltaban aún veinte minutos para el final. El Mallorca, por momentos, se limitaba a defenderse y perdía la pelota con facilidad. Poco después, los hombres de Aguirre eran capaces de mantener el esférico y acercarse a las inmediaciones del área rival. El cronómetro avanzó y se llegó a la prórroga. Nada cambió. Hasta la tanda de penaltis.
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