La espera, además de hacerse larga, también ha sido por momentos muy pesada. Desde que el Mallorca emitió el billete para jugar el sábado en Sevilla ha pasado más de un mes en el que el vestuario ha guardado silencio con respecto a la gran cita de los últimos veinte años. 41 días frenéticos para la afición y ciertos departamentos del club, pero planos desde el punto de vista deportivo.
«Saldremos con mucha intensidad y esperamos darle una alegría a nuestra gente», decía Aguirre desde las tripas de Mestalla para abrir el melón de la final de Copa. Estaba tan centrado en la Liga el mexicano que ni siquiera quiso valorar en su momento la clasificación del Athletic a la final, que se producía dos días después de la del Mallorca en el Reale Arena. «El mayor de mis respetos para toda esa gente que estará allí y que se ha buscado la vida para hacerlo. Lo menos que podemos hacer es devolverle el orgullo por ver a su equipo correr, pelear y luchar. Si además ganas, imagínate. Nos venimos todos nadando a Mallorca».
Pero aunque el grifo de la final se abría oficialmente cuando Ortiz Arias daba por acabado el partido contra el Valencia, el Mallorca ya había empezado a ensayar acerca de la que se avecina. Greif, por ejemplo, volvía a defender la portería del equipo en la Liga diez meses después para ir calentando los músculos antes de la gran final. En los otros dos que había que jugado, se lo comieron todo sus nervios y los malos resultados. Encajó seis goles y goles y el Mallorca sufrió dos derrotas. Nada que ver con la imagen que proyectó el sábado en Valencia.
Especializado en la Copa desde su llegada, Greif va a llegar en su mejor momento al partido de La Cartuja. Mantuvo la cerradura de la puerta cerrada con llave, dejó dos paradas espectaculares y siguió llenando el depósito de la autoestima para el día de su cumpleaños, porque el partid contra el Athletic coincide con el de su 27 aniversario. «En Liga no lo había puesto ni un minuto, es un chico que merece», decía Aguirre. «Cuando llegue estaba liquidado, estaba cojo, se iba a su país a infiltrarse, no hablaba ni una palabra de español y no sabíamos qué hacer con él. A base de todo tipo de terapia lo rescatamos. Habla castellano, hace bromas, es un portero en toda regla y merece jugar la final. Hoy me apetecía ponerlo porque necesitan área, moverse en dos tiempos, las distancias, aunque entrena muy bien, me apetecía ponerlo y jugó bien el sinvergüenza», argumentaba el mexicano, que ha tenido en el eslovaco a un seguro en la Copa del Rey. Ahí está huella que dejó en el Reale Arena y sus penaltis parados a Brais Méndez y Oyarzabal.
Aunque si Greif y la firmeza defensiva —solo Lamine Yamal le ha marcado en las últimas cuatro jornadas— empujan esa ola optimista a la que se ha subido el mallorquinismo en los días previos a la final, también es verdad que el equipo no va a llegar del todo afilado al cara a cara frente al Athletic. Más que nada, porque Muriqi y Larin llevan más de dos meses sin encontrar el centro de la diana y porque los únicos que han visto puerta últimamente son defensas. En Sevilla, en el partido de sus vidas, tendrán la prueba definitiva.
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