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El Mallorca acabará la temporada con el objetivo de la permanencia conseguido. Salvo debacle isleña y milagro gaditano, el equipo inscribirá su nombre la próxima campaña en Primera División por cuarta campaña consecutiva... que supondrá la segunda mejor marca de toda la historia. Al margen de las dieciséis seguidas (97-13) que encadenó en los tres lustros más dorados de su existencias, jamás había enganchado una estabilidad como la que vive en la actualidad.

Javier Aguirre es el artífice de este éxito. El mexicano cogió los mandos de un equipo que deambulada por la categoría y que iba de cabeza al pozo de Segunda para convertirlo en un bloque pragmático. Aguirre te garantiza (o casi) la salvación -lleva tres permanencias y una final de Copa-, pero su fútbol no enamora a los puristas. Ante Las Palmas, el Mallorca mostró las dos caras. En la primera, atrevido y vertical. En la segunda, temoroso y encogido. Lo ha mostrado durante una buena parte del curso y eso ha abierto el debate sobre la conveniencia de mantener el estilo o, por el contrario, apostar por otro sistema más agradecido (en teoría) para la vista.

Con la salvación en el bolsillo -puede ser virtual hoy si pierde el Cádiz y matemática el martes en Pamplona- Pablo Ortells tiene la palabra. El director de fútbol debe trazar las líneas maestras del nuevo proyecto. Decidir si quiere seguir con Aguirre o apostar por otro técnico. ¿Pimienta? El cambio se antoja demasiado brusco...