José Manuel Copete, defensa del Mallorca, salta por encima de un jugador del Valladolid durante el partido de la jornada anterior. | Carlos Gil-Roig

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Ahora que LaLiga vuelve a apagarse, el Real Mallorca sueña con permanecer encendido. Subido a una ola gigantesca desde hace casi un mes y surcando una zona de la clasificación en la que nadie le esperaba, el equipo balear se acerca a Cornellà con la felicidad reflejada en el rostro y música de violines sonando de fondo. Tres victorias seguidas fuera de Son Moix y cuatro triunfos en un arco de cinco jornadas han destrozado todos esos moldes en los que iba creciendo el proyecto Arrasate, convertido ahora en el último fabricante de ilusión que ha conocido el mallorquinismo. Este sábado, a la hora de la comida y en la antesala del segundo parón al que se enfrenta el campeonato, los de Jagoba medirán contra el Espanyol la altura de un vuelo sin un destino claro que hasta el momento ofrece unas vistas maravillosas (RCDE Stadium, Movistar LaLiga, 14.00 horas).

El Mallorca se ha desplazado a Barcelona con todo a su favor y el recelo que eso genera en una hinchada más habituada a padecer que a disfrutar. El conjunto bermellón es el tercero de la Liga que más puntos factura a domicilio —solo superado por el Barcelona y el Villarreal— y el forastero más en forma de la competición después de ocho jornadas. Casi nada. Además, juega para equiparar sus dígitos con los de aquellos equipos que entrenaba Gregorio Manzano en las temporadas 2002-03 y 2007-08 o el de Luis Aragonés en la 2003-04. Solo ellos, tras unas versiones colectivas que alcanzaron o rozaron la gloria, lograron empaquetar lejos de Palma cuatro victorias en cadena.

Para optar a ese reconocimiento que le afianzaría en el vagón de cabeza y le permitiría alargar los días de vino y rosas con la competición congelada, Jagoba recupera a Martin Valjent. El eslovaco, que ni siquiera ha podido trabajar al cien por cien durante la semana, es la gran novedad de una lista de 23 futbolistas en la que no sobran los centrales —Siebe Van der Heyden continúa de baja— y en la que entra para cubrir posibles imprevistos en defensa. El que se vuelve a quedar en Palma es Takuma Asano, que como Vedat Muriqi deberá esperar a después del parón para reaparecer. El último ausente es Javi Llabrés, ya recuperado, pero aún falto de ritmo.

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El Mallorca que más intimida en sus visitas deberá superar, en cambio, el bloqueo que le supone jugar en Cornellà, donde solo ha conseguido una victoria. El camino más corto hacia ella pasa, como hasta ahora, por mantener la firmeza defensiva frente a un rival muy poco constante en casa y por aprovechar al máximo las llegadas al área. De eso se encargará el mejor Cyle Larin que hemos visto vestido de rojo hasta el momento, que a su espalda tendrá la colaboración de un puñado de jugadores con la flecha hacia arriba. Desde Dani Rodríguez a Robert Navarro pasando por Valery Fernández o incluso Samú Costa, al que le llega ahora el reconocimiento del seleccionador portugués. Tampoco habría que sacar de ahí a Sergi Darder, sin duda el gran protagonista del partido. El de Artà, de camino a su versión más esperada, retorna por primer vez a Cornellà desde su salida y no será bien recibido.

El Espanyol espera al Mallorca en su peor momento de la temporada en cuanto a resultados. El equipo de Manolo González —aquel entrenador que ya le provocó más de un dolor de cabeza a los baleares en Segunda B mientras dirigía al Badalona— enlaza tres derrotas contra Real Madrid (4-1), Villarreal (1-2) y Betis (1-0) y está obligado a cerrar las puertas de su estadio para que no siga creciendo esa grieta por la que se escapan los puntos.

Como el Mallorca, el Espanyol carga con bajas dolorosas. La última es la del delantero Javi Puado, lesionado, que es el máximo realizador del cuadro perico con tres dianas. Su ausencia se une a la del central uruguayo Leandro Cabrera, que deja todavía más tocada una de sus líneas más frágiles. Los catalanes solo han acabado una vez con la portería a cero —frente al Atlético de Madrid— y deben combatir contra ese miedo al error que tanto daño les ha hecho en un comienzo de curso serpenteante que todavía están a tiempo de arreglar.