La final de este domingo no es la primera y tal vez no sea la última que nos regalen Rafael Nadal y Novak Djokovic, pero sí tiene los ingredientes para ser la batalla del siglo XXI en el planeta tenis. Al margen de que Nadal ya sea un mito de Roland Garros gane o pierda, puede dar caza a los 20 grandes de Federer y tener otro argumento para ser considerado el mejor de todos los tiempos. Precisamente Djokovic quiere dar otro paso en la carrera por gobernar este deporte. El serbio, más allá de no gozar del carisma o la simpatía del manacorí y el suizo, está en condiciones de relanzar su candidatura para el sorpasso.
Poco o nada tiene que ver este Roland Garros otoñal con el característico desarrollo del torneo entre mayo y junio. No son las condiciones idóneas de calor y humedad para el juego de Nadal, cuyas 99 victorias en 101 partidos en París dejan muy clara su hegemonía en el Grand Slam francés, pero su adaptación a cualquier circunstancia, la progresión que ha vuelto a demostrar en el torneo y, sobre todo, su dominio de la Philippe Chatrier sólo pueden colocarle como el rival a batir. El desafío de ganarle a Nadal en su casa alimenta la ambición de Djokovic por ganarle el pulso a la historia. En un año en el que organizó el polémico Adria Tour salpicado por el coronavirus, quiso montar una asociación de jugadores al margen de la existente o en el que fue descalificado del US Open, el serbio quiere ajustar cuentas en la pista.
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