Nada hacía presagiar el escenario que se produjo cuando el partido comenzó y en menos de media hora Alcaraz se había apuntada el primer set. Pero seguro que, cuando dentro de muchos años eche la vista atrás para repasar su carrera, recuerde esta cita como una de las que forjaron su carácter. Porque tras ese parcial, Alcaraz estuvo empantanado en la trampa que le tendió Ramos, que le colocó frente a un laberinto. El número 44 del ránking, de 34 años, dio una lección estratégica con la que domesticó la potencia del 6 del mundo, de 19, que atrae sobre sus espaldas todos los focos mediáticos, hasta el punto de considerarle el principal rival del serbio Novak Djokovic y del español Rafael Nadal, los grandes dominadores de los últimos años. No encontraba la salida el tenista que ha marcado el inicio de temporada por su precocidad y su potencia, que le han llevado a apuntarse dos Masters 1.000, Miami y Madrid, además de los torneos de Río de Janeiro y Barcelona.
Alcaraz, que ha demostrado estar acostumbrado a codearse con los grandes, que ha derrotado a Djokovic y a Nadal, se enredó ante un tenista que tiene en el pasado sus mejores gestas. El murciano tenía 13 años cuando Ramos alcanzaba los cuartos de final en Roland Garros, su mayor hazaña junto a la final que jugó en Montecarlo el año siguiente, una de las siete que ha disputado, seis de ellas sobre arcilla. Toda la experiencia adquirida la puso al servicio de la victoria en una pista hostil, la Simone Mathieu, la tercera en importancia del complejo, que coreaba "¡Carlós, Carlós!" en señal de respeto para su nuevo héroe, aire fresco en un circuito anquilosado. La veteranía de Ramos, un tenista que hace poco ruido, sirvió para aislarse de esos contratiempos y proseguir por la senda marcada, hacer correr a su rival, impedirle que cargara su brazo de pólvora, llevarle al límite para empujarle al fallo. Los errores no forzados se fueron acumulando, a medida que la paciencia de Alcaraz parecía agotarse. El superdotado escondido en un cuerpo de 19 años dejó aparecer al adolescente y el miedo asomó en su mirada y sus gestos de desesperación.
Así se escapó la segunda manga, una obra de arte de tenis de arcilla de Ramos, y duró la lección toda la primera parte del tercero, solo detenida por golpes puntuales de genio de Alcaraz, que no pudo evitar dejar escapar el parcial. El duelo se igualó algo en el cuarto, cuando el cansancio desafinó la puntería de Ramos, pero el catalán, astuto, sorprendió en el noveno, arrebató el servicio a su rival y se colocó en situación de cerrar el partido con su servicio. Tras remontar una bola de rotura, dispuso de otra de partido, que no supo concluir, dejando con vida a un Alcaraz que tuvo arrestos para forzar el juego de desempate en el que fue muy superior. El partido, que para entonces ya era una moneda al aire, paralizó el torneo. Todo el mundo pendiente de lo que sucedía en aquella pista donde el campeón del mañana estaba contra las cuerdas frente a un veterano con poco palmarés. Era la cuarta vez que el joven murciano disputaba un partido a cinco sets y todos las había ganado.
El año pasado en Wimbledon le remontó dos mangas al japonés Yasutaka Uchiyama y en el Abierto de Estados Unidos juntó también cinco parciales en tercera ronda contra el griego Stefanos Tsitsipas y en octavos ante el alemán Peter Gojowczyk, contra quien también había perdido los dos primeros. El cuarto no empezó con buen augurio, 3-0 para Ramos y, de nuevo, la joven promesa contra las cuerdas. Pero ahí apareció su mejor versión, se rehizo, desapareció el miedo de su juego, se estiró su brazo y, aunque Ramos aun opuso resistencia, acabó por cerrar el duelo. Alcaraz se medirá por un puesto en octavos, y mejorar así su actuación del año pasado, contra el ganador del duelo entre el francés Richard Gasquet y el estadounidense Sebastian Korda.
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