Las primeras páginas del reportaje publicado en 'Brisas' en diciembre de 2008 en su casa de Manacor con todos los trofeos logrados ese año. | Julián Aguirre

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Mi primera relación profesional con Rafael Nadal se produjo en el año 2001 cuando hice un reportaje para la extinta revista Brisas. Fue una jornada completa entre el IES Son Pacs donde estudiaba y el Príncipes de España donde realizaba doble sesión de entrenamiento físico y tenístico. De ese día lo que más me impresionó fue que para acabar la maratoniana jornada, Nadal y sus compañeros hacían en el pabellón un mini partido de fútbol. Eran las 8 de la tarde y viéndole no se sabía si se estaba jugando la Copa del Mundo. Su vitalidad era desbordante. Recuerdo que al día siguiente de la publicación del reportaje le llamé para preguntarle qué le había parecido y me dijo que no lo había visto.

Para mí, que juego a tenis desde pequeño y que he disfrutado como espectador desde los tiempos de Borg y McEnroe, llegar a Mallorca desde mi Pamplona natal y coincidir primero con Carlos Moyà y después con Rafael Nadal no puede ser considerado más que como un privilegio. He estado en París viendo la mayoría de las finales y, por consiguiente, de los títulos de Nadal en la Philippe Chatrier. Primero con Juan Amador y después con Tolo Jaume. El esfuerzo que hacía Ultima Hora por estar en París era importante y para sacar provecho de los enviados especiales (yo aprovechaba para coger vacaciones y ver todo el tenis que podía). En su primer Roland Garros quedamos Juan Amador y yo con los mallorquines que jugaban en 2005 Roland Garros. Nos montamos en dos taxis y fuimos con ellos a los enclaves más turísticos de París a hacer unas fotografías. En el Arco del Triunfo, Nadal se puso de repente a hacer flexiones al haber perdido una apuesta con Moyà jugando a la play station. Otro año se me ocurrió que se le podía pedir un par de zapatillas a Rafa para ponerlas en diversos enclaves de París con el titular Nadal pisa fuerte en París o algo parecido. El reportaje se hizo un par de veces. En la primera ocasión Nadal regaló las zapatillas a Juan Amador. En el segundo, un mensaje por megafonía en la zona de prensa instaba a Tolo Jaume a que fuera a ver a Benito Pérez-Barbadillo, jefe de prensa del tenista, que le reclamó el calzado. En la pista central de Roland Garros, antes de la reforma, había una fila para periodistas inmediatamente después a la que ocupaba el equipo del jugador mejor clasificado. Ahí tuve la suerte de ver algunas finales oyendo los comentarios de familiares, entrenadores y amigos. Mi relación con el entorno era correcta y con quien más afinidad alcancé ha sido con Toni Nadal.

2008 fue el primero de los grandes años de Nadal. Venció en ocho torneos, entre ellos Roland Garros y la histórica final de Wimbledon ante Federer. Logró además la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín y conquistó por primera vez la cúspide del tenis mundial. Tras un año de conversaciones con Toni Nadal -al principio los periodistas mallorquines podíamos salirnos de la influencia de Pérez Barbadillo- logré que Nadal posara para Brisas en su casa de Manacor con todos estos trofeos. Era un día de diciembre, Rafael nos abrió la puerta del portal a Julián Aguirre, autor de las fotos, y a mí, totalmente sudado porque venía de entrenar. En sus manos llevaba una caja verde aterciopelada con el trofeo de Wimbledon, a donde había ido a buscarlo a Porto Cristo. Nadal nos pidió que le disculpáramos, que se iba a duchar y nos dejó en un pequeño salón atiborrado de trofeos. Recuerdo abrir un armario de puertas corredizas y estar a punto de caerse no pocas zapatillas y copas. Nunca se ha hecho de él un reportaje como ése, que yo sepa. La guinda fue cuando saludó a mi madre por teléfono. Ella no se podía creer que estuviera hablando con él, a quien seguía por televisión cada partido. Después me confesó que nunca, ni en su boda, se había puesto tan nerviosa.

Ha sido un privilegio
El autor del artículo y Nadal, en 2008.

Mi relación con Rafa se volvió algo más cercana, pero poco más. Nos saludábamos cuando nos veíamos y a veces me contestaba cuando le mandaba un mensaje de felicitación por una victoria u otro de ánimo tras una lesión. Por una serie de circunstancias cubrí la final de Wimbledon de 2010, donde ganó a Berdych. Al día siguiente a las 6 de la mañana cogía un Easyjet con destino a Bilbao. Mi sorpresa fue total cuando en el control de pasaportes veo a Nadal y su equipo. ¿Cómo era posible? Apenas cuatro horas antes Nadal estaba bailando en la cena de campeones junto a Venus Williams. Cuando estaba en la zona de equipajes vi al equipo, pero no a Rafael, que estaba en el baño. Bromearon conmigo diciendo que iban a Sanfermines, pero la realidad era que Nadal tenía una cita con el doctor Mikel Sánchez para realizar una de las sesiones de regeneración de sus rodillas. Yo alucinaba con la disciplina del tenista, que apenas sin dormir había cogido un avión low cost para tratarse.

Además de en París y Londres he tenido el privilegio de ver a Nadal en Nueva York y en la final del Open de Australia de 2014 y su dimensión como deportista y también como referente era incuestionable. Un año antes, en 2013, había fallecido mi madre. Como con Toni tenía bastante confianza le mandé un mensaje para decírselo, y mi sorpresa fue mayúscula cuando Toni se lo dijo a su sobrino y Rafa me mandó otro SMS muy cariñoso. Un detalle de su humanidad que nunca olvidaré.

Pero en los últimos tiempos nuestra ‘relación’ se ha deteriorado por dos momentos puntuales: no le gustó nada un artículo que escribí sobre su boda y así me lo hizo saber mediante dos llamadas telefónicas a cada cual más tensa previos desprecios de Pérez-Barbadillo y después cuando tras su eliminación en el US Open de 2022 él dijo que «era el momento de preocuparse de cosas más importantes que el tenis» en referencia al posterior nacimiento de su hijo tras un embarazo complicado de su mujer. Yo escribí que esas palabras las podía haber dicho antes de perder ante Tiafoe y eso le sentó peor que mal. Nos intercambiamos varios whatsapps de tono encendido y recuerdo que le dije: «A pesar de lo mucho que te admiro, yo soy periodista y si creo que te has equivocado o has dicho algo que no me parece correcto, mi deber es decirlo». Un final, por el momento, en absoluto deseado, que no esconde mi más absoluta devoción deportiva por una, ahora sí leyenda, al que he tenido la inmensa suerte de ser testigo de algunas de sus hazañas. Ha sido un privilegio.