Nadal y Ferrer, durante el homenaje. | Juan Medina

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¿Qué debió de pensar David Ferrer cuando Nadal le llamó para ofrecerse como integrante del equipo de la Copa Davis si el equipo llegaba a la fase final de Málaga? ¿Se debió sentir aliviado al tener en la recámara a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos o comenzó a sentir un cosquilleo porque su posible presencia iba a condicionar la configuración del equipo?

Aún quedaba que el combinado nacional superara la fase de Valencia y cuando esto sucedió el tenista de Manacor volvió a ofrecerse. ¿Había alguna posibilidad de que Ferrer desestimara el ofrecimiento de Nadal y siguiera con su hoja de ruta con el equipo que había ido superando las rondas previas? Más que complicado decirle que no a Nadal. El problema era que Nadal llevaba sin dos meses sin jugar un partido oficial y su estado de forma albergaba muchas dudas. Su participación en el Six Kings Slam a un mes vista de la final de la Copa Davis no invitaba tampoco al optimismo. Nadal se enfrentó ante Alcaraz y Djokovic, y aunque ambos no quisieron hacer sangre, evidenciaron que su tenis estaba muy por encima del que ofrecía el ganador de 22 Grand Slams.

A medida que se iba acercando la fecha Nadal fue incrementando el ritmo de sus entrenamientos. Y antes de viajar a Málaga se ejercitó varios días con Roberto Bautista, el teórico número 2 del equipo, que venía de ganar el torneo de Amberes.

Las sesiones preparatorias en la capital andaluza tampoco estaban mostrando muchas pistas. Nadal entrenaba más o menos bien pero eran eso, entrenamientos. En la rueda de prensa anterior a la eliminatoria con Países Bajos, celebrada a las 10 de la mañana, Nadal, ni mucho menos Ferrer, ofrecían pistas. El mallorquín había dicho que si no se veía lo suficientemente competitivo sería el primero en renunciar y si se veía en condiciones sería Ferrer quien decidiera. El ‘milagro’ se produjo en el entrenamiento del lunes por la tarde. Nadal compartió pista con Carlos Alcaraz y en e partidillo llegaron al cuatro iguales. A partir de ahí se desató la ‘euforia’ y lo que 24 horas antes parecía un imposible cada vez adquiría más tintes de realidad y se hablaba de la gran progresión que había tenido Nadal en sus entrenamientos en Málaga. En este caso el rumor fue la antesala de la noticia y Nadal disputó el primer punto de la eliminatoria contra Botic van de Zandschulp, a quien había derrotado en sus dos enfrentamientos anteriores.

Ya se vio el nivel que dio Nadal en la pista y en la rueda de prensa posterior recalcó que no había logrado tener el nivel mostrado en los entrenamientos, algo que también ha repetido a lo largo de esta temporada su entrenador Carlos Moyà. Esto no deja de ser sorprendente porque ellos saben mejor que nadir que poco tiene que ver eun entrenamiento con un partido oficial, sobre todo cuando se llevan, ya el pasado martes, casi tres meses sin disputar un encuentro oficial. Nadal dijo, y es verdad, que la elección del equipo le correspondía a Ferrer, pero para que Nadal entrara en equipo, primero tenía que ser el propio ‘manacorí’ quien dijera que se sentía preparado para el envite. Si Nadal dice que se siente preparado es imposible que Ferrer le deje fuera. Eso parece fuera de toda duda. El problema era que Nadal estaba jugando una competición por equipos y una derrota suya pondría en el alambre al equipo español, que acabó despeñándose. ¿Tanta confianza tenía Nadal para pensar que tras haber estado los dos últimos años mucho más tiempo parado que jugando y tras tres meses sin competir iba a ofrecer un nivel suficiente para ganar en una pista que no le favorecía ante un rival que había ganado, por ejemplo, a propio Alcaraz en el último US Open? No fue desde luego la despedida deseada, pero Nadal fue el principal responsable de que fuera así.