Podríamos decir que asimetría es lo que define nuestro año 2021.
El significado de asimetría indica “falta de correspondencia en cuanto a las dimensiones, las formas y las ubicaciones de los diversos componentes que forman un todo”. Además, si seguimos leyendo, se completa con “aquello que tiene asimetría no es bello o resulta disonante en su falta de armonía”.
Si coincidimos en el concepto y compartimos su definición, me voy a centrar, sin cansarles con números, en explicarles el trabajo que CEOE viene haciendo para, no solo minimizar esa asimetría, sino aportar el valor necesario que nos conduzca a la armonía y que, entre ustedes y yo, aún no hemos conseguido.
El departamento de Turismo, Cultura y Deporte de CEOE nació en enero de 2021 con dos objetivos muy claros. El primero, cortoplacista: ordenar y transvasar el conocimiento necesario para que las políticas públicas derivadas de la pandemia fueran eficientes y ecuánimes respondiendo al por qué, al para qué y quién las necesitaban. El Consejo de Turismo elaboró planes para para racionalizar las restricciones a la movilidad, realizó informes de impacto económico para hacer más fácil la asignación de ayudas directas, convocó a los responsables políticos para, juntos, analizar riesgos y propuso medidas para gestionar la incertidumbre. La prioridad en todos los planes de gestión de la pandemia fue la vacunación; la segunda fue dejar trabajar a las empresas como entornos seguros de desarrollo de la actividad; y, la tercera, establecer mecanismos simples y con seguridad jurídica que permitieran que las ayudas llegaran a las pymes turísticas. Estuvimos en el aquí y en el ahora, pero, en paralelo, trabajando en el sorpasso de la pandemia para avanzar o alcanzar lo que se ha llamado “volver a la normalidad”.
España, gracias a esa colaboración privada-pública, consiguió impulsar el pasaporte COVID, facilitando la movilidad. La medida no fue armónica, siguieron existiendo países que no aparecían en la lista verde o que aparecían de forma parcial. Mucho más difícil fue hacer entender que las empresas eran entornos seguros para trabajar y para estar: ni los bares, ni los hoteles, ni las tiendas de nuestro país eran los entornos donde se propagaba el virus. Numerosos estudios han señalado que era en los entornos familiares donde se producían los contagios. La descentralización de competencias o la denominada ‘gobernanza multinivel’ hizo que viviéramos una temporada turística con restricciones asimétricas, distintas en cada territorio, marcadas por las administraciones autonómicas.
Pero, el problema se agravó, aún más, cuando llegó el momento de asignar las ayudas directas, que se delegó a las comunidades autónomas. Así, cada comunidad puso en marcha sus convocatorias y, siguiendo los criterios establecidos por el Gobierno central, varias comunidades no han agotado aún los fondos. Las empresas, a pesar de la situación coyuntural vivida, no han podido recibir ningún tipo de compensación. Actualmente, perseguimos que publiquen nuevas convocatorias que permitan asignar los fondos sobrantes.
Por otro lado, los fondos estatales de solvencia empresarial han funcionado mejor, aunque de forma lenta, así como las medidas de apoyo a través de avales ICO. Se trata de un ejemplo de colaboración privada- pública que ha tenido como actores principales: el ICO, las empresas y las entidades financieras.
Me gustaría resaltar, además, todas las medidas que han servido para la protección social: los ERTE, herramienta muy eficaz para la protección del empleo; las prestaciones extraordinarias para los trabajadores fijos discontinuos y trabajadores con prestaciones agotadas; y los ceses de actividad por COVID-19 para autónomos vinculados al sector turístico. Tampoco quiero evitar hablar de la promoción exterior, del posicionamiento de España en los mercados emisores donde, de forma continua, la infoxicación fue letal. Los hechos han constatado que España es un destino seguro porque sus entornos y sus empresas lo son.
El Gobierno indica que la movilización de fondos ha alcanzado los 52.000 millones de euros desde el inicio de la pandemia. La pérdida para el sector turístico supera los 100.000 millones de euros (datos del Instituto de Estudios Económicos de CEOE). ¿Podemos seguir hablando de asimetría?
Además de este primer objetivo cortoplacista, pero con gran influencia en el medio y largo plazo, contábamos con un objetivo para el durante y para el día después. Es un objetivo “antiguo”, pero de plena actualidad: la competitividad. España debía seguir siendo líder en competitividad turística después de la crisis motivada por la pandemia. Y la gran pregunta es: ¿cómo se hace? Pues tenemos la suerte de que en este momento hay dinero. Es más, tenemos que gastar “no sabemos qué hacer con la gran cantidad de fondos” a los que España tendrá acceso en el marco del Plan de Recuperación y Resiliencia (fondos Next Generation EU). Si la variable que siempre ha sido un problema ahora no lo es, ¿tenemos alguna otra? Nos encantaría responder que no, pero no estaríamos diciendo la verdad. La respuesta está en dos conceptos. El primero es la necesidad de articular políticas turísticas de segunda generación para mejorar la productividad: el turismo en relación con el resto de los sectores productivos (teletrabajo; salud; senior living; educación…). El segundo es la obligación de migrar de un modelo de cantidad a uno de valor, sin renunciar a la cantidad. Para ello, las empresas turísticas necesitan tener un acceso preferente a las convocatorias de ayudas a fondos Next Gen. No tenemos un PERTE para el turismo, pero las empresas turísticas españolas saben lo que hay que hacer para que el modelo turístico español sea sostenible en sus cuatro vertientes: la social, el medio ambiental, la sanitaria y la económica. Por tanto, la gran mayoría de los componentes del PRR, deben mirar al turismo. En el C14, el específico para el sector, los fondos destinados a planes de sostenibilidad turística deben contar en sus comisiones de seguimiento con la iniciativa privada. No hay competitividad de destinos posible sin activar las empresas. Las subvenciones en materia de digitalización deben acercar la tecnología a los procesos productivos: reducción de costes, mejora de la experiencia cliente o incremento de ingresos. En ambos casos, las organizaciones empresariales pueden ser catalizadoras de valor aglutinando a las empresas para multiplicar el efecto. El plan de sostenibilidad social del turismo debe ayudarnos a mejorar la empleabilidad del sector que cuenta con la mayor pirámide de regulación y negociación laboral existente. Todo lo que no mejore la empleabilidad será un fracaso colectivo.
Las ayudas para conseguir la transición verde deben, por un lado, ayudar a las empresas a poder acometer esas inversiones ahora inasumibles. Por otro, deben alcanzar los objetivos globales de descarbonización jugando con las herramientas existentes y, por tanto, haciendo compatibles las agendas empresariales con las de la pandemia climática. Lo hemos hecho juntos con la pandemia derivada de la COVID-19 que no teníamos en agenda. La pandemia climática ya la conocíamos, también podemos hacerlo.
Muchos retos, poco tiempo, y una incertidumbre que no cesa. En Europa estamos en guerra. Por el lado más social, pérdidas de vidas humanas, familias desvertebradas… Por el lado económico, subida de costes, bajada de ingresos, contracción de la demanda, incremento de precios y un largo etcétera. Hablamos de estanflación, de subida de tipos, de incrementos fiscales…. Seguimos inmersos en una gran crisis, geopolítica, social y económica y, sin olvidar, que aún no hemos librado la crisis sanitaria.
El 2022 es difícil, muy difícil. Con la ayuda y el trabajo de todos los empresarios turísticos españoles, desarrollando la colaboración privada pública, con rigor, perseverancia e inteligencia, desde CEOE seguiremos avanzando en nuestro viaje para alcanzar la armonía. Un camino en el que todos, la sociedad civil, los agentes sociales y económicos y la administración pública, somos imprescindibles.l