El filósofo se preguntó «si ser crítico con la tecnología digital es ser tecnófobo. Se pueden hacer cosas interesantes con la tecnología, pero se ha convertido en una de las mayores amenazas para la humanidad. Controla nuestro tiempo y nuestra atención. Maneja una gran cantidad de datos para acceder, de manera cada vez más invasiva, a la parte más impulsiva de nuestro cerebro».
Diego Hidalgo delimitó tres edades de la tecnología digital, relacionándolas con los elementos de la naturaleza: «La tecnología sólida abarcaría desde los primeros ordenadores personales de los años 70 y 80 hasta el 2007, cuando aparece el primer smartphone. Era una tecnología sólida, cuando encendíamos el ordenador con un uso en mente. Al acabar, lo apagábamos. Desde 2007, con el primer smartphone, la tecnología pasa a ser líquida, con volumen, pero sin forma propia, y evoluciona hacia la tecnología gaseosa. No tiene ni volumen ni forma, nos rodea constantemente sin percibirla. Es una tecnología indesconectable».
Así, el ponente advirtió de «una dificultad creciente en nuestra relación con la tecnología. Nos absorbe en soluciones totales. Tiene respuestas a todas nuestras preguntas y promete soluciones a todos nuestros problemas. Entonces, lo que hacemos es delegar más facetas en estos dispositivos, como la memoria y la atención. Años atrás, sabíamos bastantes números de teléfono de nuestro entorno. Ahora no sabemos ni el de nuestra pareja».
Continuando con las preguntas, Hidalgo planteó «si el precio por tener máquinas que piensan es que nosotros mismos dejemos de pensar. Determinados algoritmos nos están dictando decisiones importantes en nuestra vida, hasta el punto de que más de la mitad de las actuales parejas estadounidenses se han conocido por internet. Google ya no sólo responde preguntas, sino que nos dicta lo próximo que tenemos que hacer».
El filósofo apuntó que «la tecnología digital juega a favor con su indudable eficiencia, que es muy atractiva, pero, llevada al paroxismo, nos amenaza. Si somos más ineficientes que la máquina, ¿estamos condenados a desaparecer por obsoletos? ¿Quedará trabajo para los humanos en un futuro de robots e inteligencia artificial? Y no sólo me refiero a los trabajos mecánicos, sino también a los intelectuales. Y más allá de la esfera laboral y económica, ¿qué pasa si un robot es más eficiente que yo en la educación de mis hijos? ¿Llegará un momento en que, asistidos por la inteligencia artificial, perdermos la confianza en nuestro criterio?».
Hidalgo puso otro ejemplo con las traducciones simultáneas, «pues son mucho más eficientes que pasar años aprendiendo un idioma, pero no nos permiten acercarnos a otra cultura y otra forma de pensar. En definitiva, la tecnología digital deshumaniza nuestras experiencias. Dos ejemplos más. ¿No es mejor chatear con la inteligencia artificial que con un ser humano? Esta no se enfada y podemos hacer que calle. A la hora de hacer un regalo, la tecnología nos puede proponer el obsequio y la felicitación perfectas, fuera de las imperfecciones humanas».
Finalmente, Diego Hidalgo abordó los trastornos que está provocando la tecnología digital: intelectuales, cognitivos o emocionales, todos en aumento desde la aparición del smartphone: «Se incrementa la sensación de soledad, desciende la socialización de los jóvenes y crecen los problemas de depresión, ansiedad y salud mental. Incluso la calidad del sueño se deteriora. Hay que recuperar el botón off y apagar el dispositivo. Hay que restablecer barreras, pero va a ser difícil hacerlo manera individual. Son necesarias regulaciones, pues, junto al cambio climático, el dominio de la tecnología va a ser fundamental para la supervivencia como especie».