Hay un dicho muy popular que reza que la piel tiene memoria. Es una forma sencilla para expresar que aquello que le hagamos durante la infancia o la juventud podrá tener repercusiones más adelante. La crema solar se ha puesto de moda hace unos años por el afán de proteger la piel de manchas y arrugas no deseadas. Bienvenido sea el motivo pero las secuelas pueden ir mucho más allá. La luz ultravioleta puede causar daños irreversibles y, en los casos más graves, incluso la muerte. El envejecimiento prematuro es quizás el mayor temor pero quemaduras, alergias o cáncer de piel están a la orden del día en las consultas de los especialistas.
Tras consultar a varios bañistas, muchos reconocen saberse la teoría pero ésta todavía se queda en el ámbito del mar y la piscina.
La costumbre de Joan Arestizábal es ponerse crema nada más pisar la arena. Lleva gafas de sol y promete quedarse al menos un rato sentado en su silla playera. No duda de la importancia de protegerse, si bien «casi nunca me la pongo cuando salgo a la calle», reconoce. Una falta de costumbre muy generalizada pese a que los expertos piden protegerse siempre, incluso en los días nublados. En este caso, advierte este bañista, «seguramente me pondría crema pero es cierto que tendemos a pensar que el sol no quema aunque no sea así».
Xisco Veny Oliver va a menudo a la playa, «me baño y me voy», dice. Incluso en éstas se pone crema, «en casa, antes de salir». Vive cerca del mar y no olvida protegerse. Pese a su juventud (tiene 25 años) desconoce el fenómeno del callo solar que circula estas semanas por las redes. «A mí el sol no me hace callo, o me pelo o me pongo rojo incluso hasta salir ampolla, es mejor ponerse crema».
A Guadalupe Cornejo le encanta ir a la playa, «voy siempre que puedo». El otro día estaba expuesta al sol pero «siempre con protección», asegura. «Lo mínimo un factor 30», dice a sabiendas de que ese número indica el tiempo en que queda salvaguardada de los efectos más dañinos del sol. «También depende de las veces en que uno se mete al agua», matiza. La lección la conoce y la practica porque «de pequeña me porté mal», reconoce. «Tuve quemaduras y lo sufrí», recuerda.
Suriana Amate, con ocho años de edad, es la única que reconoce en esta pequeña encuesta que lleva dos horas en la playa y no se ha puesto crema solar. Asume que es de las que huye cuando ve a su madre con el protector en la mano y es que «nunca me ha hecho daño el sol», señala antes de reconocer que tampoco le da miedo. «Sé que es malo, por eso mi madre insiste», dice. Nunca quiere ponerse crema, «me molesta un montón porque es pegajosa». Tras conversar un rato sobre sus posibles efectos adversos mira a su madre y confirma que eso va a cambiar.