Lunes primero de diciembre de 1980. Tras unos días de viaje de novios, nos casamos el 26 de noviembre con la idea de comenzar la nueva andadura juntos, llegamos a Priego. Municipio de la Alcarria conquense.
El día antes nos habíamos entrevistado con el que iba a ser mi compañero durante años, Don Pepe que ya nos explicó que el pueblo no tenía casa del médico y que no era fácil encontrar alguna vivienda para alquilar. Nada en principio se planteaba como algo sencillo.
Buscamos dónde pasar la noche en el único lugar posible, el Mesón los Claveles. Era un bar restaurante, con algunas habitaciones.
En pocas ocasiones he pasado mas frío dentro de una cama, y como la habitación no tenía baño, y había que salir fuera, aguanté lo que pude para no salir de la protección de las sábanas y mantas. Una vez levantados, y desayunados me dirigí a la plaza donde estaba la consulta.
En aquella época, y desde hacía unos meses me movía en el muy práctico Seat Panda. Era un coche donde no sobraba nada, y todo cumplía con su cometido. El estreno del recorrido hacía la consulta fue un inmenso trompo, ya que las calles eran literalmente una pista de patinaje sobre hielo.
Fue una buena toma de contacto con los rigores de esta zona del norte de Cuenca. El pueblo, que había tenido épocas mejores, era pequeño y no creo que tuviera mas allá de los 1200 habitantes, menos de la mitad de su población de las décadas anteriores.
Por estar situado justo en la frontera entre la Serranía y la Alcarria conquense, Priego está rodeado de ríos, montañas y extensas llanuras, lo que proporciona a esta localidad un enorme patrimonio natural que se ofrece al visitante en perfecto estado de conservación. Además de naturaleza, el pueblo conserva parte de su legado histórico, visible aún en multitud de edificios y calles.
La consulta se pasaba en una habitación el los bajos del Ayuntamiento. Esta casa consistorial se encuentra en la plaza mayor del pueblo, la plaza de los Condes de Priego, a los que un día perteneció.
El edificio, del siglo XVI de estilo renacentista, se caracteriza por su decoración sobria y elegante. En él destacan sus ventanas con arcos y frontones clasicistas en los que se tallaron algunas inscripciones sobre el origen de la construcción, ordenada por Fernando Carrillo de Mendoza y Villarreal, sexto conde de Priego, en 1553.
En la sala destinada a la consulta había mesas y sillas para que pasáramos consulta de manera simultanea los dos médicos. Toda una sorpresa para la que no estaba preparado. Pero en Priego las cosas funcionaban así, yo era un crío de 24 años y mi compañero, además de doblarme en edad, era el Jefe Local de Sanidad, Teniente Alcalde del Ayuntamiento y Diputado Provincial. En la práctica cuando se había de explorar a un paciente, el otro abandonaba la sala. Por otra parte en el tiempo de consulta mi compañero hacía las bajas y partes de confirmación, pasaba revista a la actualidad con el practicante, por lo que en la práctica quien pasaba la consulta de ambos era yo. Trabajaba bajo su supervisión que es la única forma de aprender.
Aunque cada uno tenía 'su cupo' y no eran muy simétricos, los pacientes los asistíamos ambos.
No siendo las condiciones ideales, he de reconocer que tenerlo al lado me convirtió de hecho en 'su residente' y que en interacción con él aprendí en aquellos años muchísimo. Era un hombre pequeño de estatura, muy ágil mentalmente, pero a la vez muy sosegado, y sobre todo con una experiencia acumulada inmensa.
Era difícil de enfadar, y a lo más que llegaba cuando había algún imprevisto o contrariedad era su frase de «Vamos, vamos, vamos». Nunca le oí nada peor. Un gran ejemplo de médico rural al que respeté muchísimo. Él era Don Pepe, y yo Don José.
A los pocos días de llegar uno de los alfareros del pueblo tenía una casa que alquilé. Estaba en unas condiciones regulares de mantenimiento por lo que pasamos semanas en labores de restauración. Recuerdo un gasto importante en aguaplast para igualar unas paredes bastante irregulares.
Como nuestra disponibilidad económica no era grande diseñé unas estanterías sencillas que me hizo un carpintero en las que organizar mis libros, compramos un sofá cama y con poco más ya tenía un despacho y un cuarto donde poder pasar la noche.
Los principios no fueron fáciles. Abajo además del despacho había una cocina. Como el baño estaba al otro lado de un patio, nuestras duchas eran con barreño y agua calentada en la cocina. Subiendo por una escalera había una habitación que era el cuarto de estar, y algo más arriba lo que acabó siendo nuestro dormitorio. Mientras adaptábamos la casa a nuestras necesidades ya buscábamos la posibilidad de mudarnos a otra un poco más cómoda. Pero ello nos llevo mas allá de 3 meses.
Alli en 1981, vivimos el 23 de febrero. Ese día habíamos ido a Cuenca, y a la vuelta en la radio del coche solo se escuchaban marchas militares, mal presagio que acabó por ser cierto. Recuerdo una noche frente al televisor, hasta que apareció Don Juan Carlos dando a entender que la Corona no estaba con los golpistas. Al día siguiente vi las imágenes de la salida del Congreso en casa de un paciente, mientras veía a un paciente.
Los meses iban pasando, y mi mujer estaba embarazada de la que sería con el tiempo mi hija mayor.
En marzo nos mudamos a la casa en la que finalmente estaríamos mas de dos años. Un primer piso, nuevo, al lado del parque a la entrada de Priego. Un piso digno en el que instalamos una estufa de leña. Otro nivel de comodidad.
Hicimos mucha amistad con unos vecinos, Julián era un amante de la naturaleza, lo que ahora sería un ecologista o un conservacionista que acabó siendo guarda forestal y ella, Mari Ángeles, tenÍa una peluquería. Con ellos hacíamos excursiones por los alrededores casi cada fin de semana. Unos magníficos amigos.
En esos primeros meses y ya instalados, un día nos acompañaron a una fábrica de muebles de mimbre en los alrededores de Villaconejos de Trabaque, un pueblo cercano a Priego. Gran parte de la agricultura de la zona tenía que ver con el cultivo y procesamiento del mimbre. En la fábrica compramos dos sillones tipo Enmanuele, bonitos, baratos y cómodos que pusimos en nuestro dormitorio. Al salir de allí, vimos que tenían lo que nos pareció una perra, atada con una cadena en la puerta. Era una loba, y debía de haber sido visitada, ya que tenía una camada de preciosos lobatos. Fue amor a primera vista, y como nuestros amigos conocían a los dueños nos lo dieron, no sin avisarnos que un lobo no es un perro.
Los primeros días de convivencia con aquel animal me los pasé quitándole pulgas. Lo que le convirtió en 'Pulgoso' ese fue su nombre. Había tenido perros antes de él, y los he tenido después. Pero jamás he vuelto a tener una conexión como la que tuve con mi Lobito.
Como era de esperar no ladraba, sino aullaba. De vez en cuando desaparecía, y volvía ensangrentado y con alguna pluma. Además de comer muchísimo en casa, después asustaba a los perros de un vecino que tenía una herrería para hacer el segundo plato, y finalmente esperaba en la puerta de la casa de nuestros amigos, que vivían enfrente, para el postre.
A él le encanta estar conmigo, y a mí con él. Salíamos a pasear al monte algunas tardes, pasaba un mal rato en el coche porque se mareaba, pero era mayor sus ganas de pasear conmigo que lo poco que le gustaba el coche. Tenía collar, llevaba sus vacunas, y su cartilla sanitaria con su chapa, que aún conservo 41 años después. Pero nunca tuvo correa. Tenía sus peculiaridades, pero jamás he tenido otro perro más leal. Supongo que el haber sido un devoto del Dr Rodríguez de la Fuente, ayudó a mi entendimiento con él. No era manso, pero nuestro apego mutuo era inmenso.
Y así llegamos al verano del 81, en que mi vida tuvo dos acontecimientos que iban a cambiarlo todo, a mediados de agosto se convocaron las oposiciones a Médico Titular a nivel nacional y a finales nació mi hija Almudena.
Y ahí empezó una nueva película…