Tras las pasadas exposiciones dedicadas al otoño y al invierno en el arte japonés, el Museo de Zaragoza se sumerge en la primavera poniendo énfasis en el hanami, término con el que significa literalmente «contemplar flores» y que se usa para nombrar la tradición de visitar los cerezos en flor y, a menudo, celebrar una comida campestre bajo sus ramas mientras se admira la belleza del paisaje.
El museo acompaña este evento con una pequeña exposición de estampas japonesas primaverales en su planta baja, procedentes de la Colección Pasamar-Onila y la Colección Federico Torralba, así como obras de papiroflexia con temática floral prestadas por la EMOZ (Escuela-Museo de Origami de Zaragoza).
La costumbre milenaria del hanami es vivida activamente por los japoneses, siguiendo atentos en las noticias a la evolución de la floración por todo el país.
Más allá de la apreciación de la belleza natural, existe un significado más profundo que alude al sentimiento de transitoriedad, tan arraigado en Japón.
La flor del cerezo --conocida como sakura-- cae empujada por el viento o el agua en lo más bello de su existencia, sin llegar a marchitarse.
Esa nostálgica lluvia de pétalos se relaciona con el concepto budista de la transitoriedad de la vida y también se convirtió en símbolo de los guerreros samurái, quien siguiendo el código ético del bushido, debían vivir con sinceridad y belleza interior aunque su vida fuera corta. Al igual que la flor de cerezo, muchos de ellos también cayeron en batalla en su momento de máximo esplendor.
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