El objetivo, tal como ha explicado a Europa Press el coordinador de Berriztu, Luismi Uruñuela, «no es solo sacarlos del pozo negro» en el que han caído, sino que vuelva sean niños con problemas normales y que incluso se conviertan en «ayudadores» de otras personas que también necesitan ayuda.
El próximo 7 de mayo cumple su segundo aniversario el programa Kuttunak, de atención especializada dirigido a hijos de personas privadas de libertad. Esta iniciativa pionera en el Estado se enmarca en las líneas de actuación del 'Modelo penitenciario vasco', puesto en marcha por el Gobierno Vasco desde que asumiera la competencia de la gestión de los centros penitenciarios, según ha informado el Ejecutivo.
El programa está impulsado por el Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales y gestionado por la Asociación Educativa Berriztu con una subvención nominativa de 210.000 euros.
Kuttunak es un servicio destinado a ofrecer ayuda psicoterapéutica y socioeducativa a menores de 3 a 18 años que viven o han vivido en contextos familiares donde alguno o ambos progenitores están en prisión.
Los objetivos de la intervención son disminuir los problemas que les ha causado este hecho traumático para ellos; subsanar las carencias y lagunas que producen esos aspectos traumáticos, y fomentar recursos personales y sociales que les ayuden a enfrentar su situación.
De ello se encargan una persona educadora, que ejerce como responsable del servicio, y una psicoterapeuta. El trabajo de Kuttunak se divide en tres fases: observación, interacción y finalización.
Los profesionales trabajan con ellos tanto en programas individuales como grupales, interactuando con los progenitores presos en diferentes actividades e incluso participando en acciones solidarias.
La intervención tiene una duración de varios meses, sin superar normalmente el año, aunque en ocasiones se mantiene el contacto posterior para que la despedida del programa se realice de manera progresiva.
Kuttunak está pensado para atender a 10 personas, pero el programa se ha ampliado a más participantes porque en muchas ocasiones se atiende a menores de la misma unidad familiar. El pasado ejercicio se derivaron 32 expedientes al programa, de los que finalmente se pudo trabajar con 8, que incluían la asistencia de 18 personas menores: 10 chicas y 8 chicos, con edades comprendidas entre los 11 y 14 años (50%), 7 y 10 años (27,7%), 3 y 6 años (11,11%) y 15 y 18 años (11,11%).
La persona privada de libertad era en un 55,55% la figura paterna y en un 44,44% la figura materna. El programa cuenta actualmente con la participación de 11 menores, mientras que otras cuatro personas están en lista de espera.
La valoración del programa realizada por la Asociación Educativa Berriztu es muy positiva, que destaca el incremento de la comunicación familiar, ya que les acompañan en visitas familiares al centro penitenciario.
También en el ámbito académico constata «una evolución evidente», llegando a modificar el plan de estudios de algunos niños, niñas y adolescentes, con quienes el centro educativo barajaba necesidades especiales y han acabado obteniendo unas «calificaciones notables cuando no sobresalientes».
Niños y adoslecentes con "mucho dolor"
El coordinador de Berriztu, Luismi Uruñuela, ha señalado que, cuando pensaron en este innovador proyecto esperaban encontrarse con niños que guardaban en su interior «mucho dolor», pero no esperaban que fuera «tanto» como con lo que se encontraron.
Tal como ha explicado, los pequeños, al perder a su padre o su madre porque ingresaban en prisión --la mayoría de las veces en su familia o su entorno no se les cuenta lo que ha ocurrido ni dónde están sus progenitores-- «desaparece su figura de referencia» y entran «en una especie de agujero, de pozo negro, de tristeza, de dolor, de sufrimiento, de duda, de miedo y de fantasía».
«Tienen que rellenar un vacío porque ningún adulto les dice qué les ha pasado a sus padres, pero no son tontos, empiezan a ver cosas y caen ese fondo de angustia, se suelen aislar, se meten en su burbuja, se vuelven melancólicos y tristes. En la escuela empiezan a bajar el rendimiento académico y el profesorado muchas veces ni siquiera sabe lo que ha ocurrido. Sólo notan que de repente el niño ha cambiado y ha perdido la sonrisa», relata.
En el entorno familiar también se detecta en ellos cambios de comportamientos, y «sufren muchas veces somatizaciones, como no dormir, tienen muchas pesadillas, pierden el apetito, tienen vómitos y dolores de barriga».
«Nuestra labor fundamentalmente es intentar acompañarles para sacarles de ese pozo y darles la mano. Es un poco como si fuéramos su otra familia, una familia de espacio seguro, protegido y sincero. Si tienen ganas de llorar, lloran; si tienen ganas de sacar lo que tienen ahí, lo sacan, que no va a pasar nada, no se va a caer en el mundo», subraya.
Estos hijos de reclusos viven la ausencia del padre o de la madre «muchas veces como un abandono e incluso con culpa» porque llegan a responsabilizarse de la desaparición de sus vidas de sus progenitores y piensan que «han hecho algo malo».
«La mano que les vamos a tender nosotros no les va a fallar y se van a poder agarrar a ella. Nos ganamos esa confianza poco a poco y, al cabo de dos o tres meses, vas viendo que han cogido esa mano tendida y la agarran con mucha fuerza hasta que poco a poco la van soltando para iniciar su propio camino», apunta.
El indicador de que han superando esa situación es que «les vuelve la sonrisa» a la cara. «Aquel niño melancólico, tristón, aislado en su mundo, vuelve a empezar a jugar, vuelve a gritar, vuelve a correr y vuelve a sonreír sobre todo», señala.
También se trabaja con el entorno del pequeño y hay dos momentos especialmente «duros», uno de ellos cuando visitan a su progenitor en el centro penitenciario y luego, al despedirse, les entra la duda de si van a volver a verle.
El otro momento también delicado es de «la revelación», cuando se le cuenta dónde está su padre o su madre. «A veces se lo explicas, estamos un rato, y al cabo de unas semanas, la niña vuelve a decir que su padre está de viaje, como si no hubiera oído nada, como si de repente se cerrara en sí misma y no aceptara esa verdad, y se sigue montando su película», añade.
En realidad se le dice dónde está, pero no el delito que ha cometido «porque no les ayuda en nada». «Les contamos que su padre o su madre ha tomado malas decisiones, y que esa decisión inadecuada le ha llevado a cometer una serie de actos que han sido juzgados por un juez. Y ahí interviene el concepto del juez, el juzgado y la justicia. Si tomas una decisión equivocada y haces algo malo, hay un juez que te va a castigar. Si no lo haces, no pasa nada», indica.
El objetivo del programa «no es solo sacarlos del pozo, sino que luego se convierta en un niño normal y corriente, con los problemas que tiene un niño normal y corriente».
"luces y sombras"
Luismi Uruñuela ha destacado que, además de «las sombras», también hay «luces» en este proceso porque, además de recibir ayuda, se convierten en «ayudadores». «Por ejemplo, van a una residencia de personas mayores. Cada uno se pone con una persona mayor, le ayudan con la respiración, les dan cariño, etcétera», relata.
También estos niños y adolescentes intercambian experiencias con otros procedentes de Ucrania que están de acogida, a los que les enseñan «un poco de cultura vasca, alimentación, bailes, canciones y costumbres» de Euskadi.
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