Stanley Kubrick, que falleció ayer en Londres a los 70 años, inició
su historia de amor con el cine cuando tenía 13 años y la prosiguió
obsesivamente durante toda su vida, realizando una serie de obras
maestras que expresan miedos y fobias de nuestro tiempo.
Con la muerte de Kubrick, nacido en Nueva York en 1928,
desapareció uno de las mayores perfeccionistas de todas las etapas
de la creación cinematográfica. Durante su carrera, lo abandonaron
numerosos colaboradores por motivos vinculados con este
perfeccionismo. Así, el director francés Bertrand Tavernier,
renunció a sus tareas de publicista de la película «Naranja
mecánica» enviando el siguiente télex a Kubrick, a la Warner
Brothers de Hollywood: «Renuncio. Como cineasta usted es un genio,
pero como empleador es un imbécil».
Autor de un puñado de obras de inigualable trascendencia en la
Historia del cine, tenía pendiente de estreno «Eyes wide shut»,
largometraje que le mantuvo obsesivamente ocupado a lo largo de los
últimos años y que marcaba su regreso a la dirección tras un parón
de casi dos décadas.
Con Stanley Kubrick no sólo desaparece uno de los cineastas que
intentaron renovar el lenguaje, la creación, la obra
cinematográfica en toda su extensión, sino uno de los artistas que
enseñaron a las nuevas generaciones de directores americanos el
auténtico significado del poder y la independencia.
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