Con la llegada del verano suelen llegar también, de uno u otro
modo, los actos de contrición y los propósitos de enmienda. El
verano parece ser la estación ideal para que llevemos a cabo todas
las actividades que no pudimos realizar en los meses pasados, bien
por falta de tiempo, bien por falta de ánimo, o bien por ambas
causas a la vez.
Leer los periódicos atrasados, declararse al fin a la amiga "o
al amigo" del séptimo izquierda "o izquierdo", iniciar un nuevo
régimen o una nueva vida, escuchar los discos que compramos en una
oferta especial tres por dos, arrepentirse de haberse declarado,
ver las películas que grabamos en vídeo, tomar un café y charlar
con los amigos "o las amigas", viajar a alguna antigua o exótica
ciudad. Todo ello parece ser posible en estos meses, pues es
razonable pensar que ahora dispondremos de un poco más de tiempo,
de un poco más de ánimo.
Y como cada verano, también parece razonable pensar que veremos,
sin remedio, cómo pasan el tiempo y el ánimo sin que hayamos
llevado a cabo ninguno de nuestros buenos propósitos, sean de
enmienda o no. Como mucho, en los ratos libres que nos queden,
leeremos libros en los que habrá gente que lee, o se declara, o
cambia de régimen y de vida, o escucha música, o se arrepiente, o
toma un café y charla, o viaja a alguna antigua o exótica ciudad.
Así que, en definitiva, a lo largo del verano uno acabará, como
siempre, comprando libros que narran vidas intensas que jamás
vivirá, volúmenes de vida sana que nunca llegará a abrir y guías
turísticas de países lejanos a los que jamás, pase lo que pase,
podrá ir.
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