El arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, una presencia
habitual en el verano mallorquín, falleció anteanoche en Madrid, a
los 81 años. Sus restos fueron incinerados ayer en el cementerio de
La Almudena. Autor polémico por algunas de sus obras, y provocador,
fue un maestro para varias generaciones de arquitectos, algunos de
ellos mallorquines. Con su desaparición se pierde «un hombre de una
inteligencia excepcional y de una curiosidad intelectual
asombrosa», comentó Moneo. Para quien fue «el gran referente de la
arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX».
Premio Nacional de Arquitectura, Medalla de Oro de la
Arquitectura Española y Príncipe de Asturias de las Artes, el
arquitecto era un hombre de una gran calidad humana. Desde su casa
de Pollença, donde pasaba largas temporadas en verano, habló en
numerosas ocasiones de arquitectura con los medios de comunicación
locales aunque, cuando concedía entrevistas, comentaba que prefería
reflexionar sobre cosas de la vida que sobre su trabajo. El
historiador y decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid
(COAM), Fernando Chueca Goitia, mostró su «gran dolor por la
pérdida del más importante representante de la última generación de
grandes arquitectos españoles».
Sáenz de Oiza manifestó desde los inicios de su carrera una
actitud de compromiso con la forma arquitectónica y fue un
verdadero vanguardista. De ello hablaba ayer Antoni Ramis, decano
del Colegio de Baleares, cuando se refería a los apartamentos de la
Ciudad Blanca que Sáenz de Oiza diseñó para Alcúdia en los años
sesenta. «Fue el primer proyecto que le dio fama. En ellos planteó
una solución que se copió mucho y que entonces resultó muy
novedosa. Los edificios se iban alejando del mar de manera
escalonada, y a ellos se accedía por una escalera de caracol. Para
nosotros su muerte ha significado una gran pérdida por su obra y
porque siempre mantuvo coctacto con el Colegio», apuntó.
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