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EMILI GENÉ
La cosa empezó con 20 minutos de retraso y la complicidad del
público, que en ningún momento dio muestras de impacientarse; más
bien, había un cierto consenso en que se trataba de una cita a
ciegas que tenía la ventaja de contar con un bar pegadito al lugar
del encuentro, construido en una geografía acogedora porque permite
a los asistentes a la fiesta desdoblarse en espectadores: las
normas de etiqueta son relajadas, como la arquitectura e incluso la
temperatura, y permiten los viajes al servicio, intercambiar los
asientos si no están todos ocupados como sucedió en esta última
cita valldemossina, cuchichear con el vecino, sorber un trago al
ritmo de la melodía de turno.
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