Un maestro entre maestros. Javier Sáenz de Oiza se convirtió en un
referente para infinidad de arquitectos jóvenes que, al crecer, se
han transformado, a su vez, en maestros de las generaciones
actuales. Entre los nuevos se encuentra Oriol Bohigas. Ayer por la
noche participó en el acto de clausura del homenaje a Sáenz de
Oiza, una mesa redonda en la que estuvo acompañado por otros
compañeros de profesión como Gerardo Mingo o Eduardo Mangada.
Sáenz de Oiza impactó a sus sucesores por dos razones. La
primera, porque «fue un profesor muy considerado en la escuela de
arquitectura de Madrid», aseguró Bohigas. Si no hubiera sido
maestro, no hubiera tenido la misma difusión e influencia sobre sus
alumnos y futuros arquitectos. La segunda, «vivió en un momento
importante, cuando la arquitectura franquista dejaba paso a la
moderna». Para Bohigas, Sáenz «llegó a la modernidad a través de un
proceso personal». Empezó analizando las arquitecturas vulgares
para «depurarlas». Sáenz, «uno de los mejores arquitectos del siglo
XX», mantuvo una posición irónica ante los «movimientos que se iban
desarrollando». Criticaba los nuevos estilos mediante una «voluntad
de ridiculización». «Sus detalles posmodernos eran más bien
irónicos que no posmodernos en sí».
Dos de las construcciones más emblemáticos de Sáenz de Oiza, las
Torres Blancas, «difícilmente habitables porque son demasiado
buenas», y el edificio del BBV en Madrid, «han representado una
visión propia en la historia de la arquitectura española». Se trata
de dos rascacielos, «edificios que se hacen para lograr una carga
simbólica», según Bohigas. «Suponen un esfuerzo de representación
hasta el extremo que, cuando el terrorismo decide atacar, lo hace
en el símbolo financiero: las Twin Towers de Nueva York». El
arquitecto reconoce no estar en contra de este tipo de
edificaciones, «hace dos siglos que existen», pero, para él,
«simbolizan un determinado poder».
Bohigas, el padre de la Barcelona actual, ciudad que supo
recuperar el mar e incorporarlo a su fisonomía, ve dos soluciones
al crecimiento de los centros urbanos: «O se construyen nuevas
localidades en los alrededores o se reconstruye el centro». Para el
arquitecto, es «más importante modificar una ciudad que
momificarla». Esto supone centrarse en lo existente, cambiar las
estructuras internas y, si hace falta, hacer derribar algunas
zonas. «Hay que potenciar los núcleos urbanos existentes,
transformarlos y modernizarlos». Que conviva lo de siempre, pero
que se mezcle con comodidades más actuales como los parques o los
aseos.
La lucha entre los intereses económicos y la arquitectura puede
resultar positiva o negativa. «La arquitectura sólo funciona si hay
un cliente dispuesto a invertir en un proyecto», afirmó Bohigas. Si
los «intereses se convierten en especulativos», dañan el paisaje.
Mallorca, modelo de país desarrollado que basa sus ingresos en el
turismo, representa la «lucha entre el medio ambiente y la
edificación». «No hay que ver la isla como una unidad», explicó
Bohigas. «Todavía se encuentran sitios bien conservados»,
circunstancia que no ocurre en otros puntos del mediterráneo como,
por ejemplo, Eivissa. «Una persona puede vivir dos meses en
Mallorca sin ver ningún desastre arquitectónico», afirmó.
Sin embargo, el arquitecto catalán se muestra a favor de las
moratorias. «Tomar medidas restrictivas de uso del territorio
siempre es bueno». Para Bohigas, «el estado español e Italia
tendrían que tomar ejemplo de Mallorca». Italia tiene «zonas
catastróficas y con problemas, lugares en los que la relación entre
la ciudad y el mar es nula o defectuosa». Lo contrario que Palma,
«una ciudad totalmente abierta al mar», que ha sabido ligar su
fuente de ingresos, el turismo, con su geografía.
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