El trabajo de excavación realizado en el Coval Simó.

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LAURA MOYÀ Bajo, de unos 45 centímetros de altura; robusto, con un estómago capaz de comer boj, una planta tóxica; y lento, con piernas cortas que le impedían correr mucho. Así era el Myotragus Balearicus. Según se desprende del «Análisis de la Evolución y Extinción del Myotragus Balearicus», un trabajo de investigación que está desarrollando el departamento de paleontología del IMEDEA y la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGCT), este animal nunca fue domesticado por el hombre porque fue la llegada del ser humano la que provocó su desaparición. Las excavaciones realizadas en yacimientos como el Coval Simó han puesto las bases del proyecto.

«Desde mediados de los setenta existía la teoría que el Myotragus había sido domesticado por el hombre», explicó Josep Antoni Alcover, el investigador principal. Esta hipótesis se centraba en una convivencia entre ambos de entre 3.000 y 5.000 años, lo que daba sentido a la teoría de la domesticación. Según Alcover, «hay evidencias que el hombre llegó a la isla alrededor del 2000 y el 3000 a.C.» y que el Myotragus se extinguió «sobre el 3700 a.C.», dos fechas que «se solapan», por lo que se puede deducir que «la llegada del hombre propició su desaparición», afirmó, y que «nunca fue domesticado» ya que la convivencia fue sólo de «unos 150 años como mucho».

El trabajo propone cinco posibles razones que explicarían la extinción del Myotragus: la caza directa por parte del hombre, la introducción de depredadores como el perro y de competidores como las cabras, la destrucción del hábitat y, por último, la introducción de enfermedades contra las que el animal no tenía defensas. Todas pudieron actuar tanto individual como conjuntamente. La anterior hipótesis se basaba en dos ideas. La primera, el hallazgo de cráneos con los cuernos en forma de uve, lo que suponía que el hombre «se los cortaba», según Alcover, para que no se pelearan en los corrales. La segunda idea se basaba en el hallazgo de «acumulaciones de coprolitos», los excrementos fosilizados del Myotragus, que se atribuyó a «la existencia de corrales».

Los investigadores decidieron revisar estas teorías cuando vieron que «no se habían encontrado pruebas fiables de presencia humana anterior al 2000 a.C.», dijo Alcover. Respecto a la teoría de las banyes tallades, Damià Ramis y Pere Boner, que trabajan en la investigación, realizaron un estudio en el que buscaron si este hecho se daba en otros animales. «Descubrimos que el patrón en V responde a que los hervíboros se dedican a morder los huesos debido a una deficiencia de minerales en su dieta», aseguró Ramis. «De esta manera, el Myotragus introducía los fosfatos que su organismo necesitaba», explicó Alcover. Además, este mismo patrón se ha encontrado en huesos de cráneos de hasta 100.000 años de antigüedad, «cuando el hombre todavía no había llegado a Mallorca», por lo que «se trata de un proceso natural en el que el hombre no participó», según Ramis. Para Alcover, la acumulación de coprolitos responde a «procesos naturales». Se han hallado otras en cuevas, lo que hace pensar que «el Myotragus pasaba el tiempo en estos lugares», dijo Ramis, y «no en corrales».

Un ecosistema con presiones evolutivas diferentes
Una isla tiene sus propias presiones evolutivas, distintas a las que puedan darse en el continente. Al tratarse de un ecosistema cerrado, que casi nunca recibe visitas foráneas, las faunas que viven son delicadas. Cualquier invasión de fuera podía significar el final de una especie. Esto provoca la presencia de animales peculiares como el Myotragus, que no tenía depredadores hasta la aparición del ser humano, o los hallados en islas del mediterráneo como Cerdeña, Córcega o Sicilia. Allí, elefantes, hipopótamos y ciervos enanos se extinguieron cuando el hombre llegó.