Tramudança lleva 20 años recorriendo pueblos y más pueblos en busca del legado musical mallorquín.

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LAURA MOYÀ Hace pocos años, en Mallorca, la por aquel entonces todavía llamada isla de la calma, la gente trabajaba en el campo. Muchas horas, de sol a sol, hiciera frío o calor, cada día, sin vacaciones. Para sobrellevar mejor la jornada seguían un dicho: «Qui canta els mals espanta». Las canciones variaban según la tarea: llaurar, sembrar, recollir. Pero todas recibían el mismo nombre, las tonadas que, hoy, se están perdiendo.

«Las tonadas servían para aligerar las faenas del campo y para marcar un ritmo de trabajo», explica Maria Bel Sansó, de Tramudança. El grupo Tramudança lleva 20 años recogiendo este legado. El fruto de esta investigación fue un CD, «No dóna gran cosa més l'agre de la terra», una recopilación de la memoria musical isleña. «Las tonadas se extinguirán, porque no hay escuelas», lamenta Joana Domenge, integrante de la formación. «Se aprendían trabajando en el campo y, las personas que todavía las cantan, tienen ya 80 años o más», dice Domenge. Ya no hay jóvenes payeses por la mecanización ni Mallorca está en silencio. «Cuando madò Margalida cantaba, se la oía a dos kilómetros a la redonda y la gente se paraba a escucharla», algo que es impensable en la actualidad. «El viento llevaba las canciones», dice Joan Servera, del grupo.

El principal problema de su recuperación es que, cuando se intentan cantar, «sólo se están haciendo adaptaciones, se imita pero nunca significan lo mismo», según Servera. Por eso decidieron grabar el disco, «porque sino hubieran sido irrecuperable, se hubieran perdido para siempre», afirma Domenge.