Gorgoritos que salen de los camerinos, carraspeos, señores de
levita, damas recatadas o señoritas de vida alegra. Es el París
bohemio del XIX. Comienza el primer ensayo con vestuario. «Aquella
es nuestra casa». La frase suena por los pasillos del Auditòrium
cuando el personal de la Fundació Teatre Principal es interrogado
sobre el cambio de escenario. Añoranza sin pausa. En el mundo de la
ópera, cuando se trata de salir a escena en un par de días, no
puede haber lugar para la nostalgia porque todo ha de funcionar a
la perfección.
En el escenario, Encarnita Grizón, veterana del Principal, pone
orden en el atrezzo, da órdenes y controla que las botellas de vino
que beberán los protagonistas contengan la cantidad justa de
líquido: «Y que sobre por si hay que reponer». ¿Se dará cuenta el
público de que en su interior no habrá vino, sólo un refresco de
té? Seguro que no porque así es el teatro: magia e ilusión para el
espectador. Miguel Àngel Zapater, uno de las bajos más reconocidos
de España, otro veterano de la temporada desde sus inicios como
solista, sigue fiel a Mallorca aunque su carrera ha despegado hace
tiempo: «Por supuesto que vengo si me llaman y no tengo otro
compromiso».
Gustavo Porta, tenor argentino que vive en Italia, encarna a
Rodolfo; mientras acaba de vestirse cuenta que «La Boheme» es una
ópera «triste para todos, para quienes la escuchan y quienes la
cantamos» por la hondura de los sentimientos que desata: amor
romántico del bueno. Transcurre en las calles de París y en una
fría y pobre buhardilla donde Mimí y Rodolfo viven su trágica
historia de amor. Porta califica el título de «maravilloso» y
destaca la labor del Principal por «llevar adelante este proyecto»,
así como «el trabajo en los ensayos para que cada uno fuera
encontrando su rol». La soprano Inés Salazar, tan bella como buena
cantante, viaja con su hijo, que irrumpe en el camerino para
contarle una historia, ajeno a los nervios del día. El Auditòrium
bulle de gente vestida a la manera del XIX: bombines, levitas,
corpiños, plumas.
Las sastras no paran, mete aquí un centímetro, ensancha allá.
Echan de menos su sastrería del Teatro Principal. «Todavía estamos
un poco perdidas», comentan nada más llegar, aguja en mano. No
disponen de mucha luz, pero se van arreglando. Son fundamentales en
el primer día de ensayo con vestuario. Xisco Bonnín coge la batuta.
La regidora pide silencio. Las voces se elevan encima de los
tejados parisinos.
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