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Caballos de cartón, sillas o avionetas de metal. El universo pictórico de Guillem Crespí se compone de juguetes, «un elemento cotidiano», en palabras del pintor. Precisamente, la cotidianeidad protagoniza sus últimas creaciones que se exponen en la galería Can Janer de Inca hasta finales del mes de julio. La muestra, «una continuación del trabajo realizado durante los últimos años», presenta elementos cercanos y «variaciones de un mismo tema». «Me gusta jugar con un objeto concreto, concentrarme en una pequeña porción de realidad». El fondo siempre queda en un segundo plano y se sitúa «en relación a la atmósfera que quiera crearse». El pintor nunca se ha sentido atraído por «los paisajes». «No puedo concentrarme en una sola cosa si hay muchas capaces de dispersar mi atención». De ahí su interés en centrar su atención en un objeto concreto.

Crespí siempre pinta «juguetes antiguos» porque cree que tienen «un encanto y un atractivo mayores que los actuales». «No es lo mismo un triciclo de madera que una bicicleta moderna». Ni una muñeca del presente con una de las clásicas, las de siempre. Tintas, acuarelas o tintas mezcladas con caseina. El autor ha empleado diversas técnicas que ha plasmado en, mayoritariamente, obras sobre papel. El dibujo es la base de sus cuadros. «Si dejo de lado el dibujo, no sé cómo continuar». El juguete que protagoniza la pieza puede ser diferente a la realidad ya que «los colores suelen cambiar». «Mi intención es que el resultado refleje lo que a mí me gusta». Por eso varía la realidad si no se asemeja a su ideal.

Antes de los juguetes, Crespí se interesó por las frutas. «Me cansé y decidí cambiar de temática». Un día, descubrió un juguete de su hijo y decidió pintarlo. «Cualquier cosa es capaz de sugerir algo al pintor aunque, para lograrlo, debe entrar bien». A partir de aquel instante, explotó el nuevo tema. Hasta que se canse.