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Carlos Àlvarez tiene los pies en la tierra. El trabajo constante le ha llevado a ser hoy uno de los barítonos más reconocidos, un distintivo que podría alejarle de la realidad. Aún así, sabe que todo cantante se debe a un equipo y nunca a una sola persona. Mañana, regresa a la Isla tras cinco años de ausencia para participar en la Temporada de Ópera de la Fundació Teatre Principal con un concierto en La Misericòrdia.

-En Palma ofrecerá un repertorio basado en autores españoles.

-Pensé que, al ser verano, estaría bien centrarme en romanzas y canciones españolas. Parece extraño incluir este programa en una temporada de ópera pero es uno de los pocos privilegios que tengo como cantante, el poder escoger. También es una manera de reivindicar nuestro repertorio, de una gran calidad.

-Regresa a Mallorca tras cinco años.
-Ha sido una ausencia demasiado prolongada. Ésta es la parte más negativa de mi trabajo: Muchas veces hay que hacer lo que se debe y no lo que uno quiere. Hubiera preferido venir más a menudo pero hay que cumplir con los compromisos establecidos. Entre 1993 y 1998, canté en la Isla cada temporada. Estaba acostumbrado a venir más a menudo. Además, en Mallorca existe un buen público operístico. Cantar aquí es como volver a casa.

-Desde sus inicios hasta hoy, ¿se han cumplido sus expectativas?

-Se han cumplido porque no tenía ninguna. Nunca pensé que me dedicaría abel canto, de ahí que todo lo que he recibido ha sido un regalo. Este hecho me ha permitido tener una visión de mi trabajo más realista, tener los pies en el suelo.

-Es decir, alejarse de toda imagen de divo, muy asociada con el mundo de la ópera.

-Puedo ser un divo pero entendido como aquel profesional que realiza su trabajo de la mejor manera posible. La ópera es un trabajo de equipo, de mi voz depende el resto y, del resto, dependo yo. Empecé como miembro de un coro y eso me permite ver las cosas de una forma cercana. Sé qué se espera de mí y cuál debe ser mi objetivo: Hacer que los demás se encuentren cómodos.