Tal vez esperábamos demasiado y ello no contribuyó a la absoluta
complacencia. El concierto que ofrecieron Eric Burdon & The
Animals en la Sala Magna del Auditòrium el pasado viernes no estuvo
mal, ni mucho menos, pero tampoco llegaron a desatarse
incontenibles euforias que hicieran presagiar un apoteósico final.
Empresa por otro lado arduamente complicada frente a un público
que, peinando tantas canas como el protagonista en el mejor de los
casos, se mostró comedido y con esa madurez que conduce
mayoritariamente al cómodo e inamovible disfrute en la butaca, en
vez de pegar saltos, como hubiera hecho en parecidas circunstancias
y con los mismos temas, hace veinticinco años.
El presente del mito se imponía al recuerdo y el Rythm & Blues
más vibrante y enérgico se adueñaba del escenario motivando algún
que otro discreto contoneo en el patio de butacas. Pero «Kingsize
Jones», «Red Cross Store», un calmado «Feeling Blue» o «Never Geve
Up Blues», fueron apareciendo como brochazos en un lienzo un tanto
desigual.
Y no es que Burdon se equivocara en el programa, ni mucho menos,
ya que recorrió algunos de los mejores pasajes musicales con la
mirada puesta en New Orleans y en su cartera de éxitos, con
ineludibles referencias a Hooker («Boom Boom») o Mann («We've Gotta
Get Out Of This Place»), lo que nos permitió un más que interesante
flashback, si no que la intermitencia con la que tiró de él no
acabó de imponer el ritmo deseado. A la media hora, y coincidiendo
con la presentación de su más reciente «Soul Of A Man», parecía que
las cosas podían cambiar.
Tal vez de lo que más adoleció la velada fue de una banda que no
mostró la decisión y contundencia exigida para la ocasión. Si por
una parte Eric McFadden resolvía con la guitarra y Wally Ingram
marcaba buen ritmo desde la batería, a años luz se encontraba la
bajista Paula O'Rourke y Red Young sólo mostró algunos bises de
auténtica relevancia; aunque cuando lo hizo bien valieron la pena.
Eric Burdon rubricó un buen concierto con una tanda de bises que
ratificaba lo que había sido la velada, el ayer («The House Of The
Rising Sun») y el hoy («Como se llama mamá») de un mito aún en
perfecta actividad, aunque sin llegar a la excelencia que muchos
esperábamos.
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