Judith Diakhate posó en la Puerta del Sol de Madrid, ciudad a la que se trasladó a vivir para convertirse en actriz.

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JOSE SEVILLA|MADRID

Es una belleza, exótica, diferente, misteriosa. A Judith Diakhate, mallorquina de 28 años, le ha costado siete llegar a la cima. Lo ha hecho con la película, ahora en cartelera, «La noche de los girasoles», junto a Carmelo Gómez, después de actuar en cortometrajes, trabajar en cafeterías y estudiar interpretación con Juan Carlos Corazza. Cuando cumplió un año llegó a Palma junto a sus padres, un nigeriano y una madrileña, y a los 21 decidió regresar a Madrid para ser actriz. Recuerda con nostalgia los veranos en Sa Ràpita y las obras representadas de niña en el Teatre Principal de Ciutat. Espera estrenar en breve «Hotel Tívoli», de Antón Reixa, y ha viajado a Venecia para presentar «La noche de los girasoles» en el certamen paralelo que organiza la Mostra de Cine.

-Han escrito que usted es el cuerpo y Carmelo Gómez, la mirada.

-Creo que soy algo más que un cuerpo, todos somos más que eso.

-La imagen pesa mucho.
-La verdad es que sí.

-Actualmente, en la televisión y en la sociedad lo más importante es el envoltorio, la estética.

-Es importante la imagen, pero también te puede encasillar o limitar. Mi imagen me ha limitado en muchos trabajos porque...

-No puede hacer un papel de blanca y anglosajona.
-Evidentemente. Y es normal. Cualquier actor está limitado en su imagen. Hay actores con aspecto más común, -dentro del buen sentido de la palabra-, más dentro de lo estandar, y luego hay otros, como yo. Hoy por hoy, en España, por mi imagen, no me es fácil conseguir según qué papeles. Si tú eres rubio y tienes ojos azules no puedes encarnar, por ejemplo, a un gitano. Muchas veces la imagen te ayuda, pero otras te limita. En este país siempre se tiende a encasillar. Me han ofrecido muchos papeles de inmigrante. Mi reto es que suceda todo lo contrario, lo que me ha pasado en «La noche de los girasoles».

-Que no importe el color de la piel para interpretar cualquier personaje.

-Sí. Me parece un error pensar que por ser negra tenga que hacer papeles de inmigrante. Me interesa lo que sucede con la inmigración y lo que pasa en Àfrica. Me gusta este trabajo porque puede ser una manera de denunciar lo que pasa en la humanidad y en el mundo, y sobre todo con la inmigración. Me gustan los trabajos que se implican socialmente y denuncian lo que ocurre en nuestra sociedad. Integrar a una persona empieza por no etiquetar.

-¿Dónde está la gracia de ser actriz?
-Soy una persona a la cual lo monótono le puede parecer lo más tedioso que hay en este mundo. Y eso no me lo da mi profesión, que no es monótona, todo lo contrario. Llevo siete años en esto y he sufrido, he derramado muchas lágrimas, me lo han puesto todo cuesta arriba. Me acuerdo de mis primeros cástings en los que me decían: Tú lo vas a tener muy difícil, no podrás ser actriz, no lo conseguirás hasta dentro de 10 años, cuando las cosas cambien». Veía que todo se posponía y me preguntaba: ¿Por qué no cambian las cosas ahora? Yo no soy la única hija de inmigrantes. Hay muchos hijos de inmigrantes que son españoles, y tienen unos derechos y que también necesitan sentirse integrados y españoles. En este sentido, España tiene que dar un paso más.