El público acudió en masa a la cita con la música electrónica, el festival PICHT. Foto: NURIA RINCÓN

TW
0

JOAN CABOT

Al final puede que Palma acabe teniendo un festival de música como mandan los cánones, y puede que éste sea el PITCH, un maratón electrónico que en su primera edición consiguió unas cifras de asistencia más que respetables en Son Rossinyol. Ocho mil personas, según Cort, repartidas por los tres escenarios por donde, simultaneamente, fueron pasando los veintitantos integrantes del cartel.

Y lo mejor fue comprobar que los artistas locales no tienen nada que envidiar a los internacionales. Si ir más lejos, Kiko Navarro, Pedro Trotz y Àngel Costa fueron de lo mejor de la noche. Navarro presentaba con banda su nuevo disco, «Perceptions of Pacha», en el que se recrea en el house de toques latinos y luego ofreció una sesión sorpredentemente contundente, menos hedonista de lo habitual. También Pedro Trotz presentaba nuevo trabajo, aún no publicado, y también se presentaba en una nueva faceta, mucho más techno. Un territorio que domina Àngel Costa y en el que es, digamoslo ya, uno de los mejores a nivel nacional y probablemente más allá. Su sesión en PITCH fue un auténtico lujo: un ejemplo de lo que puede llegar a hacer con una mesa de mezclas un tipo que pincha con todo el cuerpo. Además, Àngel Molina llegó tarde por problemas de vuelo y disfrutamos de su sesión un tiempo extra.

Ya desde las primeras horas de la noche empezaban a desfilar algunos de los nombres más ilustres del cartel, como, por ejemplo, Erick Morillo, un DJ capaz de algunas horteradas difíciles de justificar, pero efectivo a su manera.

Mucho mejor Kevin Yost y especialmente el 2020 Soundsystem de Ralph Lawson, una fiesta móbil que protagonizó otro de los momentos eléctricos de la noche. Un poco desangelado quedó el escenario dedicado al sello Kompact, por donde circularon, entre otros, Ferenc o Tobias Thomas. Medio vacío durante gran parte de la noche, era un pequeño oasis donde bailar sin apretones. Frente al escenario grande había una multitud, una concentración heterogénea de modernitos, bakalas y bailongos vocacionales. Un poco de todo, Dave Clarke y Carl Cox se encargaron de cerrar el escenario, a bombo limpio. Los galones los tienen ganados y no necesitan justicarse demasiado. La gente estaba por la labor. A las seis en punto, despedida y cierre. En total, 12 horas con los bombos en el craneo, los pies algo doloridos y la sensación de que, al fin, se ha celebrado en Palma un festival de música electrónica de verdad que, probablemente, se convertirá en una cita fija dentro del verano mallorquín. Así que para casa. Y antes de ir a dormir, mejor ponerse algo con guitarras. Aunque sólo sea para recordar como suenan.