La artista norteamericana Elaine Lustig Cohen, en su residencia veraniega de Galilea. Foto: SERGE CASES

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JONAS CLIMENT «Ahora el mundo del arte depende totalmente de factores como la publicidad y la moda, y eso no va con mi personalidad». Esta declaración de intenciones es, posiblemente, la razón principal por la que, durante 43 años, Elaine Lustig Cohen y su obra han pasado desapercibidas por la Isla, donde pasa todos los veranos desde 1965 en su residencia y estudio de Galilea. Pero, en realidad, basta con ampliar su radio de acción para comprobar que el nombre de esta norteamericana lleva tiempo sonando en las galerías y la prensa de la Gran Manzana y otras importantes ciudades de EE UU.

No hay que confundirse al pensar que por veranear, algo apartada, en la Tramuntana o no haber hecho nada por «autopromocionarme» por estas tierras, el perfil de Elaine Lustig Cohen es el de una artista asocial. A sus 81 años, la norteamericana se mueve con rapidez y agilididad, la misma con la que domina su portátil Apple de última generación. La artista conserva un entusiasmo intacto al hablar de sus obras y, si no tiene ejemplos que mostrar a mano, sube y baja escaleras en busca de un catálogo, o imprime un par de copias en un visto y no visto.

Antes y después
Elaine Lustig Cohen disfrutó de una exitosa carrera como diseñadora gráfica antes de convertirse en pintora a mediados de los años 60. «Cuando empecé a pintar, los artistas y los críticos me miraban mal porque provenía del diseño gráfico», explica la artista, quien también recuerda la «dificultad» añadida que suponía ser mujer en el mundo del arte. Sin embargo, gracias a su pasado profesional -ha realizado portadas de libros y anuncios junto a su primer y difunto marido, el legendario diseñador Alvin Lustig-, se armó con un arsenal de recursos, y la seguridad necesaria, para saltar a la pintura con éxito. «Del diseño aprendí todo lo que tiene que ver con la forma», apunta la artista.

Al margen de su visible dominio de la composición, vital en su obra, su amor por la «tipografía, el constructivismo, el collage y la Bauhaus» está igualmente presente. Sus influencias son marcadamente «europeas» y, lejos de ocultarlas, la norteamericana les rinde tributo. Así, en Portrait series, uno de sus trabajos más recientes, retrata a sus «artistas favoritos de los años 20» como Mondrian y Miró.

De hecho, a Elaine Lustig Cohen no le faltaron oportunidades de conocer al célebre pintor, así como de introducirse en el círculo de artistas de aquel Deià dorado capitaneado por Robert Graves, pero no quiso. «¿Qué les hubiera dicho?» se pregunta retóricamente, reconociendo con sinceridad que, en realidad, «nunca quise conocer a esa gente ni adularlos».

La obra de Elaine Lustig Cohen evoluciona sin perder sus constantes vitales y eso siempre es un valor añadido. Tras unos primeros trabajos, -geométricos, planos y coloridos- encontró un gran filón en aquellos arcaicos carteles de las primeras elecciones democráticas en España tras la dictadura. Los arrancaba de las paredes, troceaba y reconstruía en auténticas obras de arte abstracto. «Aquellos carteles tenían unas tipografías antiguas increíbles», explica, recordando cómo a partir de las siguientes elecciones «los pósters ya no fueron los mismos, sino que mostraban las horribles y brillantes fotografías de los políticos». Desde aquella serie no ha parado de seguir trabajando en nuevos proyectos como sus cajas de dibujos geométricos, pinturas cubistas o sus collages de cuerpos femeninos al desnudo, entre muchos otros.