Vació su estudió, no quedó nada, sólo varias fotografías que captaron lo que fue aquel espacio, y el recuerdo del mes y medio que dedicó a hacer de él su lugar de trabajo, su hogar. El artista Claudio Capellini guardó todas sus cosas en un almacén, forró las habitaciones de papel blanco y dibujo a lápiz cada uno de los objetos que allí habitaban para construir la instalación, que clausura hoy en la calle Sant Feliu, 17, de Palma.
Con este proyecto cumple su voluntad de romper con la observación establecida, de modificar los puntos convencionales y de transformar el espacio con la voluntad «cuestionar la realidad». Pero el artista argentino afincado en Mallorca también ha visto cumplido un sueño: «que la gente estuviera dentro de mis dibujos». Y es desde dentro de su obra donde se comprende su mensaje de que «todo está por construir».
El correo aún por recoger asoma bajo la puerta que abre paso a «la realidad» que Capellini dice «que se construye con otros» porque «la realidad de uno mismo es un delirio». La mesa de trabajo, cuadros descansando en suelo, un osito acomodado en un sillón, estanterías repletas de material plásticos, un ordenador encendido o una copa de vino a medio beber imprimen calor o confortabilidad, desde cada uno de su puntos de observación. El artista no incluye el elemento humano, sólo a través de las ventanas que miran a Sant Feliu. Será en un próximo proyecto cuando invite a descubrir «la deformación de las personas».
Capellini estudia las perspectivas y le interesa la arquitectura. La de Can Prunera, museo del que diseñó el logotipo, le cautivó especialmente «por su proporciones, su estética...».
El artista, que trabaja en nuevos proyectos, estará hoy en su estudio, al que invita a asistir a quienes quieran llevarse a casa un pedacito de esta instalación para «que no muera».
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