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Francisco Ayala (Granada, 1906), testigo privilegiado del siglo XX, último superviviente de la generación del 27, memoria de la República y el exilio, murió ayer en Madrid a los 103 años cuando España aún no había asimilado el fallecimiento del actor José Luis López Vázquez, apenas 24 horas antes.

El escritor, profesor, académico, narrador brillante y pensador orteguiano, construyó un mundo narrativo marcado por la lucidez, la ironía y el desencanto. A lo largo de su carrera literaria, Francisco Ayala se erigió como uno de los escritores más importantes en lengua hispana, cosechando numerosas menciones por la calidad semántica y formal de sus escritos como demuestran el Premio de la Crítica en 1972, el Premio Nacional de Narrativa en 1983, el Premio de las Letras Españolas y andaluzas en 1988 y 1990 respectivamente. Además, del Cervantes en 1991 por su labor como escritor y el Premio Príncipe de Asturias por la relevancia de su figura en la esfera cultural.

«Un intelectual modélico», «más que un sabio», «el patriarca de las Letras del siglo XX», «un referente de la concordia y la tolerancia» son algunos de los calificativos con los que políticos, escritores, académicos y amigos recordaron ayer a Ayala, antes de visitar la capilla ardiente del escritor, instalada en el tanatorio del Parque de San Isidro. Sus restos mortales serán incinerados hoy en una ceremonia de carácter privado.

Después del final de la Guerra Civil española, Ayala se vio forzado a vivir en el exilio. Residió en Buenos Aires y fundó la revista literaria Realidad. Estuvo ligado a la Universidad y la docencia hasta el año 1977, fecha en la que se jubilaría de la carrera académica. Luego, se trasladó a Puerto Rico, pero Nueva York y Chicago serían sus últimos destinos antes de regresar a España, donde ingresó en la Real Academia Española de la Lengua en 1984. Posteriormente, se casó en 1999 con la hispanista Carolyn Richmond.

Entre sus títulos más destacados, se encuentran La cabeza del cordero, Los usurpadores, Historia de macacos, Muertes de perro, El fondo del vaso, El as de bastos, De este mundo al otro, El rapto, El jardín de las delicias, El inquisidor, El tiempo y yo, De raptos, violaciones, macacos y demás inconveniencias o De mis pasos en la tierra, Cazador en el alba y Recuerdos y Olvidos. También abordó otros géneros como el ensayo y reflexionó sobre otras disciplinas artísticas, en concreto, sobre la influencia del cine y su condición de arte masivo, así como en las pautas formales y en las figuras de directores e intérpretes.

Longevo, gracias a la genética, a su comida frugal y, como dice la leyenda, a su vasito de whisky y a sus cucharadas de miel diaria, Ayala pudo ser testigo de la celebración de su centenario. El último homenaje tuvo lugar el día de su 103 cumpleaños en la Biblioteca Nacional, una institución a la que estuvo vinculado desde joven.