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Jesús Estremila es un lector que ayer, en la Biblioteca Can Salas de Palma, nos permitió hacer una foto de su camiseta mojada. El sudor que cubría su espalda no era fruto de una carrera de maratón post olímpica bajo la solana de agosto, sino de los 30 grados de media que ayer, un día más, tuvieron que sufrir usuarios y personal del centro. Desde hace dos años, en Can Salas no funcionan ni la calefacción ni el aire acondicionado.

Estremila había acudido a Can Salas a buscar un par de libros en préstamo y se iba como una sopa; vamos, para meterse bajo la ducha en cuanto llegara a casa. Cuando le preguntamos qué opinaba sobre la situación que vive la biblioteca, sus palabras fueron las de un ciudadano indignado: «Es un efecto más del fascismo que vivimos. Los que gobiernan ahora son sus herederos, seguro que ellos están en sus despachos con el aire acondicionado muy tranquilos».

Lipotimia

«Hace unos días, una señora estaba ahí delante tendida y no podía respirar», comenta uno de los funcionarios señalando el suelo. En la parte delantera de su camisa también son visibles los signos del calor: las rayas de sudor se van alternando con las del dibujo que la decora. «Ha habido muchos mareos», dicen los técnicos.

El calor ha vaciado la biblioteca, que ha dejado de cumplir su función respecto al usuario: «La de ser un lugar para el ocio y la información», lo que a los trabajadores les parece «especialmente terrible en estos tiempos» de crisis.

Con los 31 grados que marcaba ayer un termómetro en la segunda planta, la de infantil y juvenil, pocos lectores la han visitado este verano, justo cuando los pequeños y adolescentes tienen más tiempo para leer y deben hacerlo.

También escasos adultos consultan los libros de una nueva sección que ofrece información para buscar empleo, libros sobre oposiciones, sobre cómo preparar una entrevista de trabajo o cómo hacer un curriculum.

El problema de las instalaciones deficientes de Can Salas nació con el propio edificio que, además, una vez finalizado estuvo cerrado durante tres años hasta su inauguración en marzo de 2005 por la entonces ministra socialista Carmen Calvo.

Desde su apertura no ha existido un mantenimiento regular de la climatización, lo que ha terminado en una avería «muy costosa», dijo ayer un portavoz de la Conselleria de Cultura: «La avería tiene dos años y nos la hemos encontrado al llegar; la directora general [Bel Cerdà] está hablando con el ministerio para buscar dinero y puede que el problema se solucione en octubre».

El edificio pertenece al Gobierno central, que sufragó la obra, mientras que la gestión la detenta el Govern. «La Conselleria nunca quiso firmar un contrato de mantenimiento», y el ministerio no lo exige. Será por eso que tampoco funcionan los ascensores o los baños, como sucede estos días. De los primeros sólo se puede usar uno de los dos. De lo segundos, cuando se estropean los de una planta se cierran y se usan sólo los de las otras. Por no hablar de las goteras, que las hubo. La obra, a base de subcontratas, estuvo mal hecha, cuentan en el centro entre chorretones de sudor, y el Govern de entonces no la quiso recepcionar «porque había deficiencias».

El futuro de esta infraestructura parece desolador por muchos esfuerzos que hagan sus trabajadores, -que desde el pasado noviembre son 13 menos-, para que sea de de utilidad a los usuarios

Mientras, los jóvenes Michael Owaboye y Cristina Ortiz eran ayer unos de los pocos valientes que estudiaban en Can Salas con mucho esfuerzo para concentrarse y echando mano de cualquier cosa para ventilarse, por ejemplo los apuntes, o secarse el sudor, como una toalla.