Josep Mir posa junto a una de las esculturas de terracota.

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Josep Mir aparcó a principios de los ochenta su pasión por la pintura para dedicarse al negocio de las antigüedades. Durante estos treinta años, el menorquín ha cargado de conocimiento sus pinceles, hasta el punto de que hoy se reconoce «mucho más crítico que pintor», y el resultado de su reencuentro con la actividad artística, en 2009, se exhibirá desde esta tarde en la galería Vanrell de Palma con una exposición de pinturas y esculturas.

No disimula su gusto por Picasso o Juan Gris, y reconoce que no hay más intención en su trabajo que compartir «una visión amable de la vida», retratando a familias reunidas, hermosas mujeres, un hombre posando junto al puerto de Maó, una escena folclórica o la fiesta del toro. Aunque «nunca iría a ver una corrida, estéticamente tiene una gran belleza», aclara. El artista ha invertido los cinco últimos meses en esta exposición, «la primera desde el año ochenta y dos». Tiene ahora la ilusión de un pintor de treinta y eso le mueve a probar, cambiar y evolucionar casi a diario su trabajo. Ahora, asegura, explora el terreno del cubismo.

La muestra que presenta desde hoy en Palma se centra en la figura humana, destacando con fuerza manos y pies, nada que ver con los paisajes de treinta años atrás. «El cambio es abismal, del mismo modo que mi mente ya no es la misma que entonces», explica, y asegura que en sus creaciones «no hay un mensaje premeditado». Los orígenes de estos trabajos, entre los que hay esculturas de hierro, terracota y bronce, parten de un cuaderno de notas que rellena de ideas, de bocetos y «garabatos» durante distintos viajes en avión.

La exposición podrá visitarse hasta el 17 de septiembre.