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Se respiraba el ambiente de las grandes ocasiones en el Hotel Mallorca Rocks de Magaluf, la cola en el chiringuito de pizza recordaba el día de la proclamación de Felipe VI, todo el mundo sostenía un vaso y no de agua precisamente, algo grande se mascaba en el ambiente. Hacia las 21.30 abrió fuego el hip hop alternativo de Bipolar Sunshine y pasadas las 22.30 irrumpió Lily Allen sobre el escenario, ataviada con falda de tubo verde y corpiño naranja, saludó al público quedando oficialmente inaugurada la madre de todas las fiestas. La gente enloqueció con la más ferviente embajadora del pop británico, y única artista europea capaz de aguantar en pie las andanadas de transatlánticos como Katy Perry o Lady Gaga.

Bien sea por su pop resuelto y bailón, por su carácter rebelde o simplemente por la atractiva puesta en escena de sus espectáculos, alrededor de 1.500 personas aguardaban ansiosas ver a Lily Allen sobre el escenario. Pese a que su nuevo disco, Sheezus , no ha estado a la altura en ventas d e Alright, still (2006) e It's not me, it's you (2009), la londinense sigue gozando de un saludable tirón mediático, más entre el público anglosajón que entre el nacional.

Sonaron Life for me -cercana al sonido de sus dos primeros discos-, Take my place , As long as I got you -uno de los momentos estelares de la noche-, o Silver spoon , uno de los temas más comerciales de su último disco. La receta de Allen funcionaba, su fusión de pop ochentero con bases macarras de macrodiscoteca se convirtió en el denominador común donde confluyeron cientos de oyentes con ganas de canciones potentes y pegadizas. Y aunque alguno de sus hits suenen un punto hortera, también lo son vibrantes. Ayer en Magaluf Lily Allen demostró ser una diva desatada.