Camela triunfó en la Revetla de Sant Sebastià a pesar de la lluvia intermitente y del frío. | Jaume Morey

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Las bajas temperaturas y las plazas semivacías dominaron los primeros compases de la noche de la Revetla de Sant Sebastià de Palma. En algunas, la sensación de vacío y quietud se hizo especialmente latente, caso de las plazas de Joan Carles I y Santa Eulàlia, donde quienes torraban superaban ampliamente a los que se apostaban bajo el escenario. La cosa iría animándose progresivamente, pero la noche ya había dejado claro que no estaba para bromas. Una vez más, la lluvia mantuvo en vilo al palmesano restando presencia a las revetles. Aunque la cosa parecía no ir con la Plaça Major, como es habitual, el foro más madrugador de la noche. Mantuvo el tipo de principio a fin, aunque muy lejos de la asistencia de otras ediciones.
El carrusel musical daba comienzo sin demasiadas estridencias, lo habitual en estos años de sequía económica, marcados por nombres que no conectan con la calle o dejaron de hacerlo hace mucho tiempo, viejas glorias sin un peso específico en el panorama musical actual como Obús o Siniestro Total, aunque al menos los gallegos mantienen bien engrasado su directo. Y mientras, Cort respira tranquilo al abrigo de la encuesta ciudadana.
Aunque sin las estrecheces de antaño, ambientazo de principio a fin en la Plaça de la Reina, sin duda el escenario con el cartel más sólido de la noche: Tom Trovador y Rumba Katxai fueron dignos embajadores de José ‘El Francés’ y la techno rumba de Camela, que arrastró consigo a centenares de seguidores entusiastas. Ambiente similar en la Plaça d’Espanya, con un cartel consagrado al pop y a las bandas tributo, pero en las antípodas de una desangelada Plaça de la Porta de Santa Catalina, visiblemente afectada por la irrupción de la lluvia pasada la 01.00. En el corazón de Ciutat, la Plaça de Joan Carles I estuvo relativamente animada hasta que la presencia del conjunto canario Efecto Pasillo disparó la asistencia.
En la Plaça de l’Olivar, un grupo de turistas japoneses escuchaba a su guía, que musitaba algo incomprensible, hablaban en voz baja aguardando el inicio del concierto, como si el recinto fuese un teatro que exige cierta circunspección. Al poco, Xanguito dejaba ir su folk intimista, y, entre canción y canción, se iba asentando un olor a marihuana procedente de un grupo que, en lugar de torrar botifarrons, había pasado al postre directamente. Algo más tarde, sobre el escenario de Jacint Verdaguer, la banda del carismático, lenguaraz y muy cachondo Julián Hernández, Siniestro Total, trenzó punk con rock y blues. Sus textos, repletos de ironía, humor y finura, fueron de lo mejor de una noche en la que los descubrimientos primaron por encima de los grandes nombres.