James Rodhes se ha forjado una sólida carrera como pianista. | R.D

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La historia de James Rhodes (Londres, 1975) parece salida de una novela de Charles Dickens, de esas en las que la vida zarandea violentamente al protagonista para luego devolverlo a la luz. Con apenas seis años fue violado por un profesor, estos abusos se extendieron con dolorosa frecuencia durante los siguientes cinco años. No es fácil construir una vida sobre una base tan resbaladiza como esa. El pianista ofrecerá un recital en Trui Teatre este domingo 4 de junio, a las 20.00 horas.

La de James Rodhes ha sido una carrera de fondo repleta de episodios traumáticos: ha sufrido transtornos físicos y mentales, fue adicto al alcohol y al sexo, vio cómo su matrimonio se derrumbaba y le arrebataban la custodia de su hijo. Y, por si todo eso no fuera suficiente, ha salido vivo de varios intentos de suicidio, fue ingresado a la fuerza en un hospital psiquiátrico y se arruinó. Sin embargo, y por asombroso que pueda resultar, Rodhes también ha conseguido forjarse una notable carrera como concertista de piano. A sus 41 años, no solo está vivo, sino que se reconoce como un hombre razonablemente feliz. De todo ello habla con una franqueza desarmante en el libro autobiográfico Instrumental. Memorias de música, medicina y locura, un título que es también una carta de agradecimiento. A Beethoven, a Prokófiev, a Chopin, a Brahms, Schubert, a Rachmáninov, a Liszt y a tantos otros compositores clásicos. Al poder curativo de la música.

James Rhodes no es un concertista de piano al uso. Las portadas de sus discos huyen de los convencionalismos, en lugar de paisajes campestres o tipos serios con frac elige imágenes del universo rock. Viste con camisetas, vaqueros y zapatillas, lleva tatuado el nombre de Rachmáninov en cirílico en su antebrazo izquierdo y, entre pieza y pieza, larga auténticas parrafadas llenas de tacos (su disco en directo Jimmy es la primera grabación de música clásica que advierte de contenidos explícitos).