¿Cuál es el objetivo del taller?
—Hace tiempo que trabajo con el verso porque me da una idea muy clara de ritmo para la prosodia. El verso concreta mucho y todo lo poético eleva a algo más del mundo de la tierra, nos lleva al mundo metafórico y de la abstracción. Es desde allí donde podemos acercarnos a la grandes enigmas de la vida. Ningún actor que hable bien verso puede hablar mal prosa. Me parece un buen ejercicio saber acentuar, estructurar las palabras clave portadoras de sentido, desentrañar metáforas y enfrentarse al mundo del concepto como algo activo.
¿Por qué ha elegido esta obra para trabajar el verso?
—En primer lugar, creo que, al ser de arte menor es una manera de empezar bien. Hay mucho romance, sus personajes no son los típicos de la imaginería del teatro de capa y espada: hay una crítica a una España que me interesa mucho, que a la censura se le pasó, no la entendieron. También está la idea de las fronteras, del extranjero.
Los participantes, ¿son actores que están empezando?
—Hay cerca de veinte personas y hemos mezclado diferentes niveles. El teatro de ahora se hace con dos o tres actores que tienen un cartel y hay pocas posibilidades para los que empiezan. Por eso es tan importante que en los talleres se mezclen. Hay una chispa, una vida muy grande en los jóvenes. Me faltan mujeres, pero no ha sido un problema, porque ellas han interpretado papeles masculinos y ellos, femeninos, debido a la universalidad de los personajes.
¿Se ha planteado volver al cine?
—No. He dejado la televisión, que es como dejar el cine, porque el cine es reo de la televisión, está atado de pies y manos y mudo. Me fui porque no podía soportar su sistema de producción y deshumanización terrible. La televisión es un lugar de demagogia, algo que no sucede en el teatro porque textos de otra época y tienen muchas lecturas, no hay una lectura oficial. Aunque se maltrate el teatro, la gente sigue yendo, casi de forma religiosa.
¿Está trabajando en otros proyectos ?
—Haré un texto de Conejero, Todos los nombres. Son dos personajes y estamos buscando a la chica. Pero aún está todo por ver. Es una historia muy poética, un teatro perdido, de lo sensorial, de la palabra. Es para tocar el público con la mano, no es para grandes teatros. Le dije al productor que no quería un proyecto para forrarnos, sino para estar a gusto con el público, dejarnos llevar en el teatro. Por otra parte, me gustaría dirigir en cine El perro del hortelano, como si Lope supiera que se llevaría al cine todo el mundo de la imaginería que suelta, de Ícaro en busca del fuego retando a su propio destino hasta que quema sus alas. Todo eso hay que rodarlo, tiene que aparecer en una película, no puede estar solo en las palabras.
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