Raphael en imagen promocional. | Redacción Cultura

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Pruebe a decir en público ‘Yo soy aquel’, le prometo que alguien se encargará de completar la frase con una estrofa sepultada en su subconsciente. Peculiar y extravagante -que es otra forma de decir único-, no hay otro artista en la comunidad musical española que atesore 326 discos de Oro, 49 de Platino y uno de Uranio, que distingue al artista capaz de despachar la friolera de 50 millones de copias. Rafael Martos Sánchez, Raphael para el mundo, es uno de los cinco artistas que lo posee. El de Linares se inscribe en las veladas de Port Adriano (Calvià), donde presentará el 26 de julio Loco por cantar, una gira totalmente renovada donde mezcla los temas de su último LP, Infinitos Bailes, y sus estimulantes éxitos. Un monstruo, digan lo que digan.

¿Cómo puede un artista convertirse en clásico persiguiendo siempre lo moderno?

—Si al empezar con 17 años me hubieran dicho que me convertiría en un artista al que siguen cinco generaciones no me lo hubiera creído.

¿Hay que ser un poco Peter Pan para conectar con generaciones tan distintas durante tanto tiempo?

—Hay que ser uno mismo, y ser fiel a tu trabajo para estar siempre en el corazón de la gente.

¿Se ha fijado que muchas entrevistas comienzan preguntándole por su jubilación? Que manía con retirarle...

—A palabras necias, oídos sordos. Es evidente que algún día lo dejaré, pero está muy lejos.

¿Qué hace para seguir siendo aquel?

—Ya no soy aquel, soy algo mejor porque he aprendido mucho. Antes no disfrutaba los conciertos, salía muy nervioso, pero he aprendido a salir tranquilo y disfrutar.

Sus conciertos rondan las tres horas, ¿de dónde saca la energía?

—Es cansado, sí, le juro que a veces me iría a las dos horas.

¿Le pesa la responsabilidad de que siempre se espere de usted una actuación entregada y singular?

—Sé que es así, la gente lo espera y hago todo lo posible por complacerles.

¿Siente nostalgia de aquella época en la que las canciones creaban ilusión entre las gentes?

—Sí, rotundamente. Hecho de menos los compositores de antaño, de ellos Manuel Alejandro fue el más grande.