Veintisiete. Una cifra maldita en el gremio musical. A esa edad se despedían por la vía rápida Jim Morrison, Jimy Hendrix y Amy Winehouse. A Jorge Drexler, en cambio, le sentaron de maravilla. Su carrera daba el salto, quizá no hacia la inmortalidad pero sí hacia ese lugar donde comienzan a tenerte en cuenta.
Tres décadas y dieciséis discos después, el ganador de un Oscar en 2005 otea un nuevo horizonte a través de la guitarra, un instrumento que junto a su voz se erige en protagonista en Silente. Una gira en la que el uruguayo vuelve a jactarse de su incansable búsqueda de originalidad a la hora de crear música. Aterrizará el próximo 18 de mayo en el Auditòrium de Palma.
¿Qué proceso siguió para seleccionar el repertorio? Porque no todos sus temas encajan en una sesión acústica...
— Cada vez que preparo el repertorio pienso en las herramientas que tengo encima de la mesa, y también en las que no tengo. La gira Silente es muy teatral, tanto en iluminación como en escenografía, hay un guión y las canciones fueron elegidas para encajar en esa narrativa.
Su repertorio se debate entre la elegancia de un chansonnier como Jacques Brel y el traje urbano y misterioso de Bob Dylan. A sus 54 años, ¿en qué reverso se siente más cómodo?
— Me encanta tu visión, aunque me cuesta ver esos dos mundos como antagónicos. Creo que los mundos de la composición son tan complejos como los compositores.
Sus letras tienen mucha carnaza, son tiernas y viscerales, con calle pero también académicas. ¿Qué importancia tienen para usted?
— Para mí, la canción es un género de interacción entre dos componentes, la letra y la música. Al mirar una canción a fondo nunca he notado que los pueda separar. De hecho es muy difícil diferenciar letra de música. Al principio de mi carrera siempre comenzaba componiendo la música, pero en el disco Eco (2004) me planteé hacerlo al revés. Probé con dos temas: Milonga del moro judío y Guitarra y vos, que son dos temas que quiero mucho y sigo tocando en directo. A partir de ahí, la canción se ha transformado en una habitación a la que entro por las dos puertas.
Joaquín Sabina ha dicho que sus musas «están viejas y tienen mal aliento». ¿Cómo anda su relación con ellas?
— Antes que nada, decir que no me creo a Joaquín Sabina (risas), su música es joven y huele maravillosamente bien. Siempre me pareció muy linda la idea de las musas pero yo nunca he tenido relación con ellas. Cuando me preguntan en qué te inspiras pienso que componer se parece mucho al hecho de respirar, hay que dejar que el cerebro asocie libremente. Yo creo en el azar, en encontrar las cosas por el camino.
¿Qué queda de aquel joven compositor que debutaba con La luz que sabe robar en el ‘92?
— Pues el hambre, las ganas y la necesidad de escribir. Esa vocación de experimentar no la he perdido.
¿Cuáles son las claves para no perder la identidad entre tanta saturación comercial?
— Lo comercial y la identidad discurren en universos diferentes. Los Beatles eran terrriblemente comerciales y tenían una identidad muy clara. La única clave es hacer cosas. La identidad es inexorable, no puedes no tener una identidad si haces cosas. Todo el mundo tiene una identidad, aunque no tiene por qué ser interesante.
¿Se puede seguir siendo fan cuando se llega a un nivel de éxito y popularidad como el suyo?
—No me gusta la palabra fan, prefiero hablar de seguidores o colaboradores.
¿Ve al mundo que le rodea más decadente que hace 30 años, cuando empezaba a cantar?
— No creo que el mundo actual sea más decadente que hace 30 años cuando estaba saliendo de una dictadura en Uruguay. Creo que el mundo avanza hacia la generalización de una cierta prosperidad.
¿La visión de un mundo decadente está teñida por la propia decadencia personal?
— En efecto.
¿Cómo son los ‘cuarteles de invierno' de Jorge Drexler?
— Me gusta mucho estar en casa sin hacer nada, pero se me da francamente mal. Soy muy malo en el arte de no hacer nada.
¿Cuál es su relación con la nostalgia?
— No soy muy nostálgico. Para que te hagas una idea, el año pasado se cumplía el vigésimo quinto aniversario de mi primer disco y me dí cuenta cuando terminaba el año.
Pero algunas canciones suyas tienen un espíritu de recordar, de evocar. ¿Cómo se ubica usted con respecto al pasado?
— La evocación y la nostalgia no son exactamente lo mismo. Ser nostálgico es pensar que las cosas buenas ya han pasado, y ese es un signo generacional contra el que creo que estoy vacunado. Quiero pensar que aún no he escrito mi mejor canción.
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