Un título curioso para un tallar de cómo no escribir un guion.
—Es un título divertido, aunque no quiere decir que no enseñe a no escribir un guion. Quería conseguir hacerlo particular. Hay una serie de libros que corren por el mundo, clásicos que son rígidos respecto a cómo construir un guion, repletos de normas cerradas que hay que cumplir. Pero quería huir de eso, porque hay muchas maneras de escribir. De ahí el título: romper con lo establecido. Cada uno tiene su sistema para escribir, yo mismo tengo uno. Básicamente pongo en duda esas ideas.
¿Qué sistema sigue usted?
—Lo más importante es encontrar qué quiere explicar uno y luego, encontrar la forma de hacerlo. En este sentido, mi objetivo es hacer entender que vale la pena pensar qué quieres contar, por lo que intentaré ayudar a la gente a encontrar su voz propia. No se trata de adaptarse a sistemas y formas de hacer, que serán fórmulas muy funcionales, pero el arte y lo funcional nunca han tenido mucho que ver, al menos para mí.
¿Cómo es un buen guion?
—Ante todo, tiene que explicar algo que pueda interesar a una comunidad o pueda tener un eco. Todo ello con una propuesta narrativa clara y mucha sencillez. La simplicidad es muy importante. Y lo básico: un principio y un final cerrados.
¿No le gustan los finales abiertos?
—Más que abiertos... Los llamaría no resueltos. Uno no puede terminar una película sin haber resuelto las preguntas que planteaba al espectador. Los finales abiertos son finales que no se atreven. Para mí un buen filme es aquel que cuenta una historia que se nota que era necesaria. Muchos hacen películas por encargo o adaptan novelas, o simplemente para entretener... La necesidad es crucial.
¿Y cómo se escribe?
—Lo primero de todo: tiene que ser personal. Hay que encontrar qué necesidad tienes de explicar algo. En segundo lugar, hay que hacerse algunas preguntas, que cada uno responderá a su manera. Lo esencial es acertar esas cuestiones. Muchos creen que el primero es perder el tiempo, pero no es verdad. Un guion lleva mucho trabajo y va más allá de la escritura.
¿Cuáles son sus referentes?
—Uno de los grandes para mí es Azcona, que escribió mucho para Berlanga. Nadie se acuerda de los nombres de los guionistas, solo de los actores o directores, forma parte de este negocio. Somos invisibles, como también lo son los maquilladores o directores de arte y fotografía.
¿Se siente invisible?
—En el mundo del cine sí, pero me da igual, ni falta que hace. Para eso están los actores.
¿En qué está trabajando?
—Después de Felix, para Movistar, nos pidieron hacer una segunda temporada, pero Cesc Gay y yo queríamos hacer otra serie diferente. Era un poco en la línea de Black Mirror, con capítulos diferentes y con mucho humor negro, pero se quedó en el cajón, nunca se ha llegado a emitir, no sé por qué. Ahora Cesc y yo estamos explorando otros proyectos.
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