¿Cómo surgió la idea de rodar un documental sobre la vida que rodea a la muerte?
— En los dos últimos años frecuenté varios funerales y me llamó la atención lo poco que estamos conectados con ese mundo. Cuando estábamos en un velatorio, nos sentíamos incómodos y entre los asistentes surgían temas como política, deporte o los niños que pululaban por allí. Entonces me pregunté si los trabajadores tendrían una relación más naturalizada. El punto de partida fue conocer la muerte a través de los que viven con ella.
¿Y cómo se afronta este mundo a través de la cámara?
— Queríamos filmar de manera sistemática los procesos de la muerte, con tacto y mostrando lo natural que es morir. En cualquier película, y también en los medios de comunicación, se banaliza la muerte y no produce ninguna impresión. Pero si a esa víctima la tuviésemos delante de nosotros, esas sensaciones se transformarían por completo.
¿Rodar este documental ha cambiado su forma de contemplar la muerte?
— He cambiado su concepción. De estar en un tanatorio con tensión he pasado a sentirme cómodo en un lugar donde he visto los procesos de la muerte con naturalidad. Antes sentía un tabú, un cierto rechazo. Sin embargo, forma parte de nuestra vida. El documental me ha acercado a lo que era desconocido y la muerte nos genera mucha curiosidad. Cuando rodamos la tanatopraxia, vimos cómo se limpia el cadáver, se le viste y maquilla. La primera vez que estás en presencia de un cadáver te impresiona, pero después de dos o tres procesos similares, ya lo ves normal.
Llama la atención el sentido del humor de los empleados o sus reflexiones llenas de vitalismo. Las mujeres que quitan el polvo a los ataúdes, por ejemplo, eligen su caja.
— Es su día a día. Si trabajas limpiado allí, no puedes sumergirte en la idea de lo terrible. A mí también me sorprendió el humor, pero es su terapia para sobrellevar el drama y el dolor ajeno.
¿Por qué se titula Ciudad de los muertos?
— El cementerio de Palma es bastante original, no hay nada similar en Europa ni en el resto del mundo. Aquí hay edificios con ascensores, bancos, contenedores... Parece que es un barrio más de Palma donde viven los muertos, con sus parques y la arquitectura más bonita de Palma.
El documental ya ha estado en festivales como el DOXA de Vancouver, Doc Feed de Holanda o el FipaDoc de Biarritz. ¿Cómo han recibido este trabajo los espectadores? ¿Los mallorquines morimos diferente del resto?
— Durante la proyección había muchas risas, algunas nerviosas. Pero el humor hace universal la película. Conecta muy bien con la historia y con todos los espectadores, que tienen mucha curiosidad para entender mejor los procesos.
Los protagonistas son personal funerario de Palma. ¿Cómo han afrontado su debut ante la cámara?
— Queríamos buscar esa verdad que vimos en el trabajo de campo previo. Al grabar con ellos durante un año un equipo de cuatro personas, al final se olvidaban de ti. Éramos invisibles, no nos movíamos, para que esa autenticidad durante su trabajo aflorase. Su oficio ahora me provoca admiración por su forma de encararlo: son muy respetuosos con los difuntos y cariñosos con sus familiares. No nos recreamos en el morbo, tomamos distancia. Tras su visionado, el espectador se sentirá en paz.
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