En el poemario no incluye prólogo, pero sí epílogo, donde ofrece una explicación al lector.
—Es un libro desnudo que necesitaba una mínima introducción, aunque está al final, para esclarecer algunas cosas.
El libro va muy en su estilo y el lector le conoce.
—En el libro hay bastante humor. En la poesía, normalmente, se acepta el ingenio y la ironía; pero eso de hacer reír no gusta mucho en general, porque la poesía tiene que ser algo serio.
Pero la poesía se ajusta más al ritmo de vida ajetreado de hoy.
—La poesía se ha convertido en un género moderno, porque su brevedad hace que tenga una lectura que pueda ser adecuada a los espacios de tiempo que tenemos. Ha sido una coincidencia, una casualidad; nadie esperaba que estuviéramos siempre tan atareados.
Y usted lo lleva al extremo.
—Lo que intento hacer en los poemas es elevar a categoría las pequeñas cosas cotidianas. No hace falta que sea algo exageradamente elevado para hablarlo poéticamente. Lo que vemos o lo que vivimos cada día puede ser elemento poético. De hecho, no hay ningún elemento que sea específicamente poético y la modernidad lo ha diluido mucho. A veces hay poetas que buscan expresamente ser oscuros, porque es su carácter o manera de ser.
Y usted no es así.
—A mí me interesa más una escritura comprensiva, que la gente pueda entender. ¡Ya basta la reticencia de la gente para acercarse a la poesía!
A la poesía y al teatro también.
—Pero el teatro se escribe para ser representado sobre un escenario. En cambio, la poesía es un género para ser leído con una cierta relajación y tranquilidad.
Los poemas hablan de política, religión, sexo y también uno de ‘Espuña'.
—Hace tiempo tenía un poema dedicado a ‘Espuña' para nombrar un país imaginario que coincide con que ‘Espuña' fabrica fuet y, además, cambiando una sola letra tienes otro nombre. Creo que es llevar a los límites lo que ves, lo cotidiano.
¿Por qué Goteres de llum?
—Una gotera cae gota a gota, no a chorro y, en vez de agua es luz, para poner el foco en algo concreto, para dar protagonismo a lo más cotidiano y que puede pasar desapercibido. Cuando sacas un libro nuevo siempre te preocupas un poco, pero hace tiempo que tengo un único lector y no es fácil satisfacerlo.
¿Qué quiere decir?
—Escribo para mí mismo y escribo lo que me gustaría leer y normalmente leo lo que me gustaría escribir si supiera hacerlo. No sé escribir del todo, aún tengo que aprender. Lo que pasa es que el camino es corto y no sé si me dará tiempo a aprender. Pero de momento insisto.
Los domingos habla de la política cultural en esta sección en Escala de replans. En general, ¿ve el panorama negro?
—Las instituciones no lo hacen bien, basta fijarse en las programaciones de exposiciones, de teatros o el Teatre Principal de Palma. Hay que dar un margen de confianza al nuevo director, Josep R. Cerdà, pero hasta ahora el Principal ha hecho poco servicio al país, se programaban cosas que no tenían que ver con nosotros. No hay que olvidar que, exagerando claro, el Teatre Principal de Palma es como nuestro teatro nacional y, por lo tanto, tiene que estar al servicio de nuestros creadores, no solo en el ámbito del teatro.
Ya dijo Cerdà que muchos creían que para ver buen teatro en catalán tenían que ir a Manacor.
—Sí, pero lo tiene difícil porque Manacor le lleva muchísima ventaja, tiene mucho recorrido, experiencia y base, que sentó cuando empezó con el teatro infantil.
En arte, ¿piensa en el Solleric?
—Su programación es muy floja. Siempre que voy estoy solo, las salas están vacías. También hay que dar margen a la nueva dirección. No puedes destituir al responsable del Institut d'Indústries Culturals, que indendientemente de todo, es una persona que dejó un trabajo estable para emprender un proyecto, sin dar explicaciones.
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