Un bajo y un par de guitarras, preferentemente eléctricas. Estrofa-estribillo-estrofa y vuelta a empezar. La fórmula parece sencilla, pero hacerla funcionar es harina de otro costal. León Benavente lleva ocho años acreditando esa bendita habilidad, trenzando melodías con la meticulosidad de un orfebre y plasmando canciones como puños en tres discos y otros tantos EP's. Como 091 o Los Planetas, son depositarios de una manera de entender el rock próxima al romanticismo urbano, generador de estribillos catárticos que invitan a ser cantados como si de coros tabernarios se tratara.
Su último trabajo, Vamos a volvernos locos, irrumpe como respuesta a una sofocante época en la carretera. Este LP amplia las posibilidades sonoras de la banda, pero no así su metodología de trabajo: «Seguimos con nuestra tónica de transitar caminos por los que no hemos estado», explica Luis Rodríguez, guitarrista de este conjunto alérgico al estancamiento. Pero, ¿en qué se diferencia este trabajo, más allá de la autoría lírica, del resto de su discografía? «Ha sido un trabajo en el que nos autoexigimos salir de la zona que teníamos controlada, dejamos un poco las guitarras y metimos más sintetizadores», subraya.
Melancolía
Más allá de oscilaciones sonoras, existe un elemento irrenunciable en León Benavente, esa pátina de melancolía que barniza sus letras. ¿Alergia a los finales felices? «La cosa de la melancolía me parece algo muy potente, las historias con un final no feliz tienen algo de emocionante».
José Ignacio Lapido, uno de los grandes arquitectos del rock español, ese que vive de espaldas a las grandes audiencias y, sin embargo, acumula por doquier el respeto de sus compañeros, explicaba en una entrevista que ‘el rock es el movimiento de cultura popular más importante del siglo pasado'. ¿Opina el entrevistado que es una cita válida en plena era del reggaeton, el hedonismo y la superficialidad? «Musicalmente soy muy abierto, no me importa que se busquen otros medios de expresión. Al final solo hay canciones honestas y canciones menos honestas», sostiene Rodríguez.
No obstante, para este cuarteto demasiado viejo para ser joven y demasiado joven para ser viejo, el rock simboliza una actitud ante la vida. «Hombre, venimos de donde venimos. Ese punto de desenfreno y locura del rock se ha colado en nosotros, aunque está claro que ya no somos unos chavales, tenemos cuarenta y pico y lo vivimos de otra manera».
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