Kiko Veneno actúa este domingo en el Mallorca Live Festival Summer Edition.

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El rock con lunares y el flamenco heterodoxo coronan el repertorio de Kiko Veneno, repleto de himnos que brillan como los neones de un prostíbulo. Canciones habitadas por personajes fascinantes como Joselito (siete novias tuve / más novias que un moro / me salieron malas / y a las siete abandoné). Unos versos que 28 años después aún resuenan en nuestra cabeza (ponme otra copa / tú ya sabes que mañana voy a la mar ) inolvidables como el primer amor. Este trovador callejero entusiasta de la fusión presentará sus nuevas canciones, nacidas durante el confinamiento, este domingo 23 de agosto en el Mallorca Live Festival Summer Edition de Calvià.

¿Encajó bien el confinamiento o era de los que se subían por las paredes?

—Lo encajé bien pese a que falleció mi madre con 95 años por coronavirus. En casa tengo un estudio y estuve entretenido.

¿De ese periodo extrajo alguna conclusión extrapolable a su futuro disco?

—El nuevo disco, que aún estamos mezclando, es deudor de mi anterior trabajo Sombrero roto, aunque le he añadido aspectos inspirados en la pandemia. Los primeros temas que aparecerán serán Días raros y Hambre, que probablemente dará nombre al disco. Hambre porque considero que es bueno a mi edad tener hambre, hambre musical, hambre filosófica y hambre social.

¿Cree que tras esta crisis cambiará el modelo de sociedad que conocemos?

—Todo lo contrario, están intentando apuntalarlo precisamente porque hay gente que quiere cambiarlo. Creo que se producirá un empobrecimiento muy grande, en el horizonte tenemos una crisis social.

¿La realidad socio política le ha hurtado al ciudadano el derecho a la utopía?

—Más que el derecho a la utopía, el ciudadano tiene derecho a saber lo que está pasando, pero al sistema le interesa tener a la gente aletargada.

Es difícil encuadrarle. Sus canciones poseen una sensibilidad muy compleja, es como un gato vagabundo que deambula por donde le viene en gana…

—Poco puedo aportar, me siento muy representado con lo que dice. El gato es un animal vagabundo y difícil de domesticar, y creo que son condiciones necesarias para un músico.

Aunque su carrera es muy personal está plagada de referencias colectivas...

—Quiero que mi mensaje llegue a la gente, y la música pop suele elaborarse con lo social y lo cotidiano, luego me gusta darle a las canciones mi propio punto estético y político.

¿El artista nace o se hace?

—En mi caso empecé a tener un sentimiento artístico con 12 o 13 años, necesitaba buscar el valor de las palabras más allá de su significado cotidiano.

En su opinión, ¿cuál es su huella en la fusión?

—No es mía solamente, se debe también a mi época en Veneno, escuchábamos mucha música y de repente empezamos a crear sonidos distintos en un formato muy primitivo.

¿El duende va con usted de gira?

—(Risas) Sí, procuro llevármelo.

¿Se ve como un innovador?

—Visto con distancia después de muchos años en la profesión te diría que sí.

Durante su carrera, ¿siempre ha hecho lo que ha querido?

—Sí, aunque con algunos condicionamientos. Me costó encontrar un camino propio tras Veneno y me costó armarme de nuevo, no lo conseguí hasta 1992 con Échate un cantecito.

¿Qué queda de aquel joven golfo que recorrió Europa y Estados Unidos yendo a conciertos de Frank Zappa y Dylan?

—Aunque me acerco a la tercera edad yo me veo igual.

En sus canciones hay una persistente obsesión por volar.

—Mi intención es volar pero sin evadirme. Creo que la vida es maravillosa, pero la hemos convertido en algo mezquino con este sistema basado en el dinero y la ambición.