¿Cómo surgió la idea de este proyecto?
— De mi amor por el cine y porque CineCiutat es donde me formé como cinéfilo, mis padres ya me llevaban cuando tenía 12 años al entonces Renoir. Es un cine que me ha acompañado en todas las etapas y allí he estrenado todas mis películas. Me parecía especialmente interesante hacerlo en un momento donde los cines viven un reto vibrante por cómo seguir conectando con lo que es la experiencia cinematográfica cuando se establecen tantas restricciones y donde hay tanto que ver y de tantas formas. También quería hacer visible la complejidad de un cine que es fascinante en su idea de transversalidad, pero tremendamente complejo en su funcionalidad.
¿A qué se refiere?
— El hecho de que todos podamos opinar es maravilloso, pero poco operativo, pues son muchas las voces que tienen que ponerse de acuerdo. Allí había un conflicto interesante dentro de un marco que es el del cine, para mí profundamente fascinante.
¿El coronavirus también se coló en el rodaje y en la película?
— Empecé con la cinta hace un año y medio. Cuando tuvimos que confinarnos estaba en una fase avanzada y, de alguna manera, el coronavirus es el final del filme. La crisis se ha cebado con los espacios de la cultura, que pueden y deben ser seguros. En ese sentido, ha sido un conflicto más en la lucha del cine por su sostenibilidad. Por ello hay que seguir reflexionando sobre el hecho de que son espacios que hay que proteger y sobre el reto al que tienen que enfrentarse para seguir siendo pertinentes como ritual de experiencia. Los filmes que proyecta CineCiutat han sido concebidos para la gran pantalla.
¿Por ejemplo Lo que arde?
— Sí, para mí es una película de la experiencia. Es un rito: sentarse en la oscuridad, apagar el móvil y entregarse a la luz. Y eso no se consigue en las casas, con los móviles y los ruidos que están constantemente distrayéndonos.
¿Está suscrito a alguna plataforma de streaming? ¿Es compatible con reivindicar la experiencia del cine en sala?
— Solo estoy suscrito a Filmin. No quiero para nada criminalizar la plataforma, simplemente digo que hay películas cuya experiencia tiene un sentido de lo absoluto en la sala.
Cuando se prohibió comer palomitas en las salas, ¿se alegró?
— Odio cuando la gente come palomitas viendo según qué películas. No puedo ni con el ruido ni comérmelas porque me atraganto. Una anécdota que me contaron los trabajadores de CineCiutat es que es un cine tan familiar que había gente que se había presentado allí con un jamón o con una pizza. Como no hay esa idea de negocio de ‘o consumen nuestros productos o no entras'...
Lo que arde es una de las preseleccionadas para los Oscar. ¿Cuál cree que será la elegida?
— Solamente he visto ésta. No sé nada de los Oscar. A mí la industria no me interesa, me interesa el cine más como fenómeno artístico. El cine que me gusta y el que consumo es muy artesano, que se hace en la pobreza absoluta. Es una forma de estar en el mundo. Allí donde señala Hollywood a mí no me interesa.
¿Tiene otros proyectos en marcha?
— Estoy acabando la postproducción de un documental que se titulará La primera mujer y que protagoniza Eva, que ha pasado seis años en un hospital psiquiátrico donde se estaba tratando por una enfermedad mental. Es como un retrato de su búsqueda por lo que llaman ‘normalidad'. Llevo dos años y medio con él y ya será en 2021 cuando pueda verse. Creo que es la película más potente que he hecho. Es muy emocionante, la protagonista tiene un carácter y una humanidad desbordantes.
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A mi me gusta el cine profesional, bien hecho, ni puramente artístico ni puramente industrial ni de aficionados. Por lo tanto, me encantan muchas cosas de Hollywood.